No tuvieron tiempo antes, no se lo plantearon, y además nadie les enseñó, porque eran otros tiempos y porque "ellas cocinan mejor"... Con más de seis décadas a sus espaldas y ya jubilados, un grupo de alumnos --todos hombres-- del Aula de la Tercera Edad de la Universidad Popular acaban de iniciar un curso de cocina con el que pretenden que esta estancia deje de ser un territorio vedado. Lo han pedido ellos, no para desbancar a Arzak, ni para desterrar a las cocineras que les han aliñado la vida, pero sí para demostrarles y demostrarse, que ellos también pueden hacerlo.

"Mi madre no me dejaba pisar la cocina y mi mujer.... Hubo una vez, recién casado, que enfermaron ambas, así que me ocupé yo de poner unas lentejas, pero se me pegaron. ¡Para qué más!. A partir de ahí no me dejaron pisar más la cocina --se queja Leonardo Sánchez, de 76 años-- pero quiero aprender, porque si mi mujer enferma, ¿qué hago ", pregunta. El fue uno de los alumnos que se puso el delantal en la primera clase de Cocina para hombres independientes , para eleborar el cocido con el que debutaron. "Quedó espectacular", coinciden todos. Por eso ya planea hacerlo él en casa. "Antes le diré a mi señora que vaya a dar un paseo, porque como esté no me deja hacer nada", añade.

En la segunda clase les acompañó EL PERIODICO mientras elaboraban un ´arroz, patata y bacalao´, otro de los platos esenciales de la cocina tradicional que quieren aprender. Comienzan leyendo la receta sentados en torno al fogón en isla de una estancia del aula en Hernán Cortés, y ahí surgen las primeras dudas ante una palabra: ñora. "¿Qué es eso?", preguntan. "En el texto original ponía pimiento seco, pero lo modifiqué por ñora porque sabía que lo primero lo conocíais y que esto lo ibais a preguntar", reconocía la monitora del curso, Pilar González. El objetivo de cada clase es "que ellos se vayan sintiendo seguros en la cocina", afirma, y para eso hay que empezar por conocer bien los productos.

Apenas avanzan con los ingredientes de la lista (patatas) cuando dos de ellos, Dionisio Sánchez y Maxi Rivera, se levantan dispuestos a ´meterse en harina´, mondando patatas. Después continúan limpiando de espinas el bacalao desalado, picando la cebolla, partiendo en rodajas las patatas, añadiendo el pimentón... A medida que avanzan, la profesora les cede el protagonismo. Se aparta y orgullosa --"por la disposición y la ganas de aprender que tienen"--, se dedica a supervisar el trabajo y a atender las dudas de ellos y el resto de los compañeros. "¿No se echa laurel?, ¿ponemos ajo?, ¿y no se fríe antes?, ¿con qué paño limpio la tabla?, ¿cómo se enciende la esto?, ¿el pimentón será de La Vera?...", van plenteando uno a uno.

Degustación

Mientras los dos cocineros ultiman el plato, supervisando que el arroz quede en su punto, los que hasta ahora solo observaban, comienzan a coger y colocar, platos, vasos y cubiertos, y ocupan los asientos en torno a la mesa. Es la prueba de fuego de los cocineros, que se van a someter a la opinión de sus compañeros y ahora comensales.

"Pues está bueno, y eso que yo nunca lo había hecho como ellos lo han hecho hoy, cociéndolo todo junto", afirma la profesora durante la degustación. Los demás asienten, y los platos vacíos revelan que son sinceros en su afirmación. "Es que este plato sí que lo he hecho alguna vez", reconoce Dionisio Sánchez. Como él, otros dos compañeros, Juan Francisco García y Vicente Romero reconocen que "algo", sí han cocinado. El primero porque tanto su mujer como él trabajaban y la comida la hacía el primero que llegaba a casa, mientras que en el caso de Romero, porque le gusta y desde que se jubiló ha ayudado a su hijo en un negocio de hostelería que regenta. "Los jubilados tenemos mucho tiempo", afirma. "Además desde que mi mujer falleció me he mentalizado de que tengo que hacer todas las cosas y las hago sin problema", recalca.

Son la excepción del grupo, porque la mayoría asumen su inexperiencia. "La verdad es no sé más que freír un huevo, hacer una tortilla, o tirar un filete a la sartén, con más miedo que otra cosa", reconoce Joaquín Rivera, que desde hace unos meses disfruta de la jubilación. "Mi mujer dice que en la cocina le estorbo, y tanto ella como mis hijas se reían porque siempre ha bromeado con que algún día les haría un plato que les iba a sorprender --explica--, aún no sé mucho, pero lo haré", añade este extrabajador del comercio.

Mientras unos prosiguen su relato, otros se afanan en recoger la mesa y los dos cocineros de la jornada, en lavar todo lo que han utilizado para elaborar y degustar el plato. "Esto que están haciendo es muy interesante --apunta la profesora señalando a los dos alumnos lavan la loza--, porque evidencia que saben hacerlo, pero que como ellos mismos se quejan, sus mujeres no les dejan", afirma. "Es algo casi innato en nosotras pensar que lo hacemos más rápido y mejor", asevera.

Demostrarles que no tienen toda la razón, es lo que pretenden estos diez aprendices. Y para muestra una clase: en las dos horas que dura elaboraron un primer plato completo, pusieron la mesa, lo degustaron y recogieron y lavaron todo hasta dejar la cocina impecable. En la próxima clase se enfrentarán a otro imprescindible de la cocina tradicional: la tortilla de patatas. A juzgar por la buena mano que han mostrado en las jornadas previas, (damos fe de la segunda), ¿quién se niega a un pincho?.