Habiba Aitmiamssour, de 30 años, y Najat Barebita, de 33, trabajan juntas en el restaurante El Burladero de Galvao de la calle General Ezponda. Su jefe está contenta con ellas y afirma que trabajan bien. Las dos llegaron por separado de Marruecos buscando un futuro mejor, aunque el bienestar de Occidente no les haya hecho olvidar su patria, donde dejaron a sus familias.

Ambas encarnan el difícil camino de la independencia, más complicado por ser mujeres. Habiba llegó a España con un contrato de trabajo bajo el brazo que le duró seis meses como interna. No sabía ni una palabra de español. Ahora, después de tres años con empleos temporales en varias ciudades, habla fluidamente el idioma. Dejó atrás la oportunidad de ser peluquera en su país por un sueño mejor, pero no se arrepiente de haber cruzado la frontera aunque haya probado ya la hiel de ser extranjera.

"Ya estoy aquí. No tengo cara para volver a mi país y decir que no puedo más", responde cuando se le pregunta si regresaría a Marruecos. Su proyecto, sin embargo, pasa por trasladarse en un futuro "a una ciudad más grande". Narra la angustia de sus compatriotas del campo que trabajan sin papeles por un sueldo menor que el de los que están regularizados: "A los que no los tienen les pagan 20 euros en lugar de 45", asegura.

En ocasiones, Najat asiente con la cabeza. Educada, sus rasgos magrebís son más acusados que los de Habiba. Cambió su trabajo hace cinco años en una farmacia de Tiflet, cerca de Rabat, por un viaje a Plasencia donde vivía su tía. Apenas encontró problemas para regularizar su situación, aunque su currículum incluye ya temporadas en el campo murciano y en Barcelona "donde la vida era muy cara".

Satisfecha por haber alcanzado una vida "normal", Najat ya tiene una hija de tres años fruto de su matrimonio con un albañil marroquí con el que comparte su vida en Cáceres. Sin embargo, su deseo para el futuro coincide con el de Habiba. Y es que las dificultades para encontrar un mejor empleo confirman su apuesta nómada. "El trabajo lo marca todo", dice.

Una adaptación sencilla

Najat afirma haberse sentido bien tratada y opina que en el proceso extraordinario de regularización abierto por el Gobierno los inmigrantes han chocado con obstáculos burocráticos. "Es muy difícil porque piden muchos papeles que la gente no tiene y se necesita dinero para conseguirlos", y afirma que su ilusión es "buscar una vida mejor", aunque deja claro que ya no volvería a su país porque quiere que su hija crezca en España.

Sus historias van paralelas a su aportación a la oferta gastronómica de la ciudad. Najat y Habiba han formado una sociedad que ya ha logrado que platos marroquís como el cuscús o el tallín aparezcan mezclados en la carta del Burladero de Galvao con las recetas más extremeñas. Un ejemplo de la inmigración, que demuestra que la vida siempre es mejor para quienes luchan por ella.