"Nos enteramos cuando Laura tenía ocho meses y se nos vino el mundo encima". La amplia sonrisa de Mari Sol Salgado se torna en gesto serio cuando recuerda ese momento: el día que le comunicaron que Laura, su hija, tenía sordera profunda. "Era una hija muy deseada, después de 20 años intentando tener familia y tras un embarazo normal que culminó en una cesárea programada y sin complicaciones", explica.

Por eso el escáner que les confirmó que la niña no tenía cóclea --conocida también como caracol , es una estructura en forma de tubo enrollado en espiral, situada en el oído interno y que contiene el órgano de Corti, el del sentido de la audición-- rompió los esquemas de esta familia que, tras siete años y un largo aprendizaje, mira con distancia ese momento.

"Nuestro entorno asumió el problema de la niña y lo afrontó bien. Eso nos ayudó a nosotros a hacerlo, porque al principio lo llevamos fatal", reconoce Salgado, que incide en la importancia que la familia ha tenido en la normalización de la vida de Laura. "Solo tiene siete años, por lo que para ella la comunicación normal de la gente no es verbal sino a través de la lengua de signos", explica, aunque la niña está aprendiendo ambas.

Con la experiencia y la serenidad que da el tiempo transcurrido valora más aún la implicación familiar. "He visto otros casos de padres con hijos sordos, que se oponen a que los niños aprendan la lengua de signos, convencidos que su hijo no la necesitará e incapaces de aceptar el problema del niño", afirma.

Al contrario que en esos casos, en cuanto conocieron el diagnóstico de Laura la familia se movilizó en busca de ayudas. Todos se han aplicado en el aprendizaje de la lengua de signos, tal y como les recomendaron. "El equipo de atención a niños sordos nos aconsejó signar a la niña, porque era de la única forma que ella se comunicaría con nosotros y nosotros con ella". Por eso comenzaron a aprenderla cuando la niña aún era un bebé. "Aunque era muy pequeña y no participaba en las clases, se fijaba en todo y aprendió la lengua de signos con la misma naturalidad que cualquier otro niño aprende la lengua oral", recuerda.

Clases y muñecos

En las clases la experta en lengua de signos, Pilar Ballestero, les llevaba pequeñas lecturas y muñecos con los que les explica cómo poner las manos al enseñarles las palabras de uso cotidiano. "Mamá, papá, agua... las que aprende cualquier niño", afirma haciendo el gesto de cada una de ellas. Además resolvía las dudas que todos los familiares que participaban en esa sesión les planteaban.

Después ellos participaron en el aprendizaje de la niña. "Y ahora ella nos pregunta las cosas que no sabe decir, tiene un signo a cada familiar y tenemos una comunicación fluida con ella", explica la madre. "Ya no sufro, dejé de hacerlo cuando la doctora nos dijo que Laura no sufría por ser sorda ya que no sabía lo que era oír y cuando vi que ella podía desarrollar una vida normal con pequeñas ayudas", añade.

Laura Holguín fue a la guardería y ahora estudia en el colegio de integración Francisco Pizarro (uno de los tres de integración que hay en Cáceres junto al Moctezuma y el San Francisco). Allí le acompaña permanentemente una intérprete. "Piensa que es una profesora exclusiva para ella", afirma.

¿Y el futuro?. "No lo temo. Estamos viendo la posibilidad de que Laura se someta a una intervención con la que podría llegar a percibir ruido ambiente". afirma. "¿Sabe que ha aprendido a decir mamá y papá en el ´cole´?", apunta emocionada. Se le saltan las lágrimas al recordarlo.