Eran las cinco de la madrugada del Jueves Santo y, con lo puesto, los vecinos del edificio Príncipe se vieron en la calle. No les dio tiempo a más. Una vecina había dado la voz de alarma porque había fuego en una de las plantas. De no ser por ella, habría ido a mayores. Cuando vieron a los bomberos y la policía, empezaron a echar en falta a José Manuel Salinas, uno de los vecinos del quinto. "Hicimos recuento y solo nos faltaba él", explicaba ayer aún con el susto en el cuerpo uno de los residentes en este bloque del número 10 de la avenida Rodríguez de Ledesma, situado entre el centro de salud Manuel Encinas y el instituto Hernández Pacheco. "Fue como en una película. Empezaron a llamar a las puertas avisando de que había fuego. Al salir al rellano, olía a humo. De repente, me vi en la calle en pijama", añadía este hombre mayor.

Pero no estaba Salinas, un vecino querido y conocido entre los residentes. Hasta Aurelio, el vendedor de prensa de la fachada del inmueble, le recordaba ayer por la mañana con cariño, impactado aún por su fallecimiento. Y es que el ingeniero de Montes era un tipo que no pasaba desapercibido. Se ayudaba de un bastón y conservaba en la casa una extraordinaria biblioteca de botánica, su gran pasión.

Los que ayer le recordaban, como el biólogo José María Corrales, destacaban que "era un tipo extremadamente culto, con una formación muy sólida", herencia de una saga familiar que encabezó su padre, Pedro Salinas, un histórico del movimiento ecologista extremeño. En su currículum, además de la dirección del parque de Monfragüe, figura también haber participado en la puesta en marcha del vivero forestal de Cañamero, muy cerca de Guadalupe, donde regentó fincas. Su mejor tarjeta de visita era su balcón, lleno de flores mirando al paisaje. Una postal que dejó para siempre.