Si algo caracteriza al ser humano del resto del reino animal no es su capacidad de pensar, es más bien su capacidad de ocultar ese pensamiento para mostrar algo totalmente contrario a lo que se piensa. Dicho de manera más fácil: su hipocresía.

Para ilustrar estar afirmación sólo basta con escuchar y observar atentamente algunas actitudes y comentarios de autoridades y ciudadanos de a pie que revelan que, lo que se habla y cómo se actúa, en nada tiene que ver con lo que se cree. Todos reprobamos el racismo, pero a pocos les gustaría vivir junto a gitanos, y viceversa. Todos alabamos la labor de los voluntarios, pero el jueves pasado un furgón de DYA mostraba una multa en el parabrisas por estacionar en zona azul, y eso que colaboran de forma desinteresada en cuantos acontecimientos se dan en la ciudad. En el autobús urbano, poca gente se levanta del asiento para cederlo a un ciego; total, como no ve... Muchos critican la presencia de vendedores ambulantes ilegales en Cánovas pero, si se pueden ahorrar unos céntimos, no dudan en comprar mandarinas. Y por último, siempre hay políticos a los que les molesta ser objeto de crítica y precisamente son éstos los que más la ponen en práctica. Demasiada hipocresía.