Se conocieron en aquel universo virtual donde cada noche daban rienda suelta a la pasión, crearon su hogar en whatsapp en estos tiempos en los que se ama en las redes sociales, donde triunfa el ciber amor, o el amor 2.0 como quieran ustedes llamarlo. Ya no están juntos, se han dado un tiempo. Decía uno de ellos que necesitaba airear, oxigenar, encontrar su camino... Demasiada polución para un celular... Es una de esas historias recientes, reales, pero no nueva porque el amor epistolar no es cosa de hoy, ni de Twitter o Facebook, es algo tan antiguo que ya en los años 50 se vivió un romance extraordinario que dio la vuelta al mundo y fue portada de revistas y rotativos: el idilio por carta entre la joven de Deleitosa Josefa Larra Curiel y el californiano Charles H. Calusdian. Ahora, esa historia se lleva al teatro de la mano del director cacereño Fulgen Valares y la compañía de Cabeza del Buey Atutiplan, que han puesto en pie ‘Cartas para Extremadura’, un montaje de teatro-danza y música en directo, una muestra de la cultura extremeña a través de sus tradiciones y de su música, interpretada por actrices, músicos y bailarines de nuestra región.

El hilo conductor de la obra es precisamente este romance cuyo origen hay que buscarlo en el reportaje que el 9 de abril de 1951 el estadounidense Eugene Smith, uno de los padres del fotoperiodismo, publicó en la revista Life. Titulado ‘Spanish Village’ (Aldea Española), la crónica fotográfica retrata la localidad cacereña de Deleitosa en esos años. Entre las imágenes, una impactante en la que aparece Josefa en primer plano, frente al cadáver de su abuelo Juan Larra, entre su abuela Tomasa y su tía Saturnina durante el velatorio.

Cuando la revista se publicó (tuvo una tirada mundial de más de 5 millones de ejemplares) un californiano, al verla, se enamoró perdidamente de aquella muchacha. Dos meses después de la publicación llegaba al pueblo una carta con sello estadounidense. Iba dirigida al alcalde. En ella, Charles acompañaba la fotografía del reportaje en el que aparecía Josefa. Con el lápiz la señalaba con una flecha, un corazón, y la siguiente frase: «Charles loves Josefa». Además, solicitaba que le facilitaran la dirección de la mujer joven que aparecía en la fotografía y se pedía permiso a su familia para poder escribirle.

Una vez que Charles dio con la dirección de Josefa inició con ella esa relación epistolar. Comenzó a cortejarla ante los ojos del pueblo, que vio en este amor el reflejo del sueño americano: el californiano que se casaría con Josefa para traer riqueza a Deleitosa. Tal fue la locura desatada, que cada vez que Josefa tenía carta de Charles una multitud se agolpaba a las puertas de su casa. En ocasiones, la joven recibía del americano barras de labios o maquillaje, cosméticos antes nunca vistos en Deleitosa.

De modo que todos presionaban a Josefa para que contrajera matrimonio con Charles: su madre, o hasta el alcalde falangista, que se ofreció a apadrinar el casamiento sin importarle el pasado republicano de los Larra: a tres de los cinco hijos del abuelo Juan los mataron y otros dos quedaron heridos en la guerra civil, al padre de Josefa lo asesinaron en el 36, después de nueve meses encarcelado por sus ideales. Pero qué más daba si ahora Josefa iba a cambiar la vida de todos ellos.

Sin embargo, Josefa estaba a otra cosa, a Joaquin, su novio de siempre. Pero Joaquin, preso de los celos y de las habladurías, decidió poner fin a la relación y Josefa se puso el mundo por montera y se marchó a Cataluña, lejos de aquella presión mediática. Amaba a Joaquín, pero él decidió casarse con otra. Y Josefa hizo las maletas y reinició su vida en Sant Feliu de Guíxols, en Tarragona, donde hoy, pasados sus 90 años, aún reside. Charles, el americano, se casó finalmente con una alemana y también sigue vivo, enfermo de alzheimer. Josefa rompió todas las cartas y postales que recibió del californiano y nunca se casó.

‘Cartas para Extremadura’ es, en realidad, una reivindicación del papel de la mujer y la toma de decisiones, una obra protagonizada por mujeres (Rocío Montero, María Molina e Isabel Parejo) que aún estrenada en 2015 en el Gran Teatro de Cáceres ahora se readapta con nuevo equipo; ya ha pasado por Cabeza del Buey y el día 17 estará en Coria; además, merced a su inclusión en la Red de Teatros de Extremadura, se prevé su paso por Quintana de la Serena, Plasencia, Don Benito o Villanueva de la Serena.

Atutiplan ha realizado un trabajo novedoso en cuanto que la danza y el folclore ocupan un papel estelar, según explican el productor y bailarín Miguel Ángel Latorre y el cantante Fran Aragoneses. El espectador se encuentra ante un trabajo donde la música en directo (no enlatada) es primordial para contar una historia real en medio de un universo femenino, como hacía Lorca con el teatro y el flamenco.

No faltan en la obra temas como El Pelindongo, una danza fúnebre originaria de Navalvillar de Pela, con la que arranca la trama y que sirve para ambientar el velatorio de Juan Larra. A ella se suman las coplas de Zarza Capilla para la romería en los días en que Deleitosa está de fiesta, el fandango de la Virgen de los Remedios de Fregenal de la Sierra, la Rondeña de Castilblanco o el Perantón de Zarza de Granadilla. De esta forma, música y baile están integrados en la escena como una especie de coro griego que no sale del escenario y que culmina con la jota del Gacho de Torrecillas de la Tierra, que ilustra la despedida entre Joaquín y Josefa: «pobre Gacho, cómo llora por culpita de un querer...», lamenta la copla.

Al ver la obra de Atutiplan es inevitable recordar a Paco Caballero, un director de cine que rodó un corto titulado ‘Doble check’ en el que ironizaba sobre la función del whatsapp y reflexionaba sobre el peso que tiene en la vida de pareja. «A la luz de lo que está ocurriendo, me quedé corto. Creo que la doble pestaña azul de whatspp puede llegar a ser el Apocalipsis», aseguraba el cineasta. Llevaba razón. Sin el lenguaje corporal, no se entiende lo que en realidad se quiere decir, pese a la ayuda de los emoticonos. Pasa hoy y le pasó a Charles Calusdian con Josefa Larra, por muy californiano que fuera.