Para Juan Francisco y Pedro (nombre ficticio) el piso tutelado del comité antisida en Cáceres ha sido su tabla de salvación. Con trayectorias diferentes, las ganas de olvidar la droga y recuperar sus vidas les ha llevado a vivir bajo el mismo techo. A Juan Francisco se le ve contento tras cuatro meses en la casa. A sus 43 años, reconoce sin tapujos que más de la mitad los ha vivido "enganchado", hasta que un día decidió decir basta. Dejó un pueblo del norte cacereño y se integró en su nuevo hogar.

La historia de Pedro rezuma dureza tras haber superado los 30 años con la cocaína pisándole los talones. Este camionero prefiere no dar ninguna pista sobre su origen, aunque sí aclara que procede de "una familia desestructurada" a la que no piensa ahora en volver.

"Para mí el piso ha sido salir del submundo de la droga y cambiar el chip", asegura Juan Francisco, que sueña con volver al País Vasco en un futuro próximo. Algo tan normal como levantarse por las mañanas y no buscar droga que consumir ya es un éxito para él: "Llega un momento en que te aburres de ponerte . Sólo lo pasaba bien los primeros minutos, pero en los últimos años, cuando me ponía un pico , a los diez minutos estaba cabreado conmigo. Me ponía de mala leche". Ahora dice que está "de maravilla" y satisfecho consigo mismo por luchar para escapar de ese infierno. Juan Francisco se prepara para ser fontanero, un medio de vida que le permita lograr el fin de la normalidad.

Pedro, por su parte, quiere volver al camión. La vida del piso tutelado se parece, dice, al de unos universitarios que comparten las tareas domésticas y el tiempo de ocio. Limpian, planchan y hacen la comida. También recibe tratamiento médico, al igual que Juan Francisco, enfermo de sida y usuario de metadona.

Preguntados por si han sufrido algún tipo de rechazo vecinal, la respuesta es negativa: "Por lo menos que sea palpable no. Vamos a comprar a la tienda del barrio y nos tratan muy bien", afirman. Una opinión que corroboran los responsables del comité que aseguran no haber tenido dificultades para ser aceptados por el vecindario de la zona.

Sin embargo, Maribel Alvarez, coordinadora del programa, matiza que "sigue habiendo mucho rechazo a que una persona comunique que es seropositiva". En ese momento, añade, "se rompen todos los esquemas porque hay mucho miedo". Entonces recuerda anécdotas para olvidar como las personas que han rehúsado estrechar la mano a responsables del comité. "El miedo viene de la poca información que hay. Nosotros tratamos a los residentes en un piso tutelado ante todo como personas. Ellos tienen una enfermedad y son los que deben decirlo y a quien quieran". La convivencia también ayuda a la integración como reconoce Pedro: "He estado en comunidades terapéuticas y la gente que viene a los pisos de acogida tiene más claro lo que quiere y está más centrada. A los centros van más obligados por la familia y las circunstancias" .Juan Francisco y Pedro explican que la hora de reunión de los residentes del piso se produce tras la cena. "Hablamos de cómo nos ha ido el día o el trabajo, de la vida en definitiva", apuntan. Ambos reconocen haberse hecho amigos en el piso porque, dicen, "la gente que ha vivido en nuestro submundo lo han pasado muy mal. Por eso hay más compenetración y es más fácil entenderse con una persona que ha pasado por lo mismo".Una etapa provisionalSin embargo, tienen claro que su paso por el piso tutelado es provisional y que su futuro pasa por otras metas. "Me gustaría tener mi propia casa. Mi hermana tiene negocios y me gustaría volver con ella al País Vasco, pero antes quiero terminar lo que estoy haciendo", subraya Juan Francisco.Este

"Hablamos de cómo nos ha ido el día o el trabajo, de la vida en definitiva""la gente que ha vivido en nuestro submundo lo han pasado muy mal. Por eso hay más compenetración y es más fácil entenderse con una persona que ha pasado por lo mismo"

"Me gustaría tener mi propia casa. Mi hermana tiene negocios y me gustaría volver con ella al País Vasco, pero antes quiero terminar lo que estoy haciendo"

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