Cada mañana se toca diana a las ocho y media. Desayuno, aseo personal, limpieza y a la calle. Otra vez a la calle. Los quince dormitorios prestados de esta estación de paso que es el centro de acogida temporal de Cáritas Diocesana se quedan vacíos a las once. Una noche más han cumplido su función: cobijar por unas horas a unos pocos sintecho. Hasta las cinco y media de la tarde su refugio vuelve a estar a cielo raso.

"Es duro mandarlos a la calle. Hacemos lo que se puede, pero no podemos salvar el mundo, sólo mejorar el entorno", reconoce María Pacheco, una de las responsables de este servicio de Cáritas.

En lo que va de año, cerca de 450 personas sin hogar han encontrado uno temporal en esta casa que ocupa un viejo barracón junto a uno de los andenes de la estación de Renfe. El lugar, que cuenta con fondos institucionales para los gastos de funcionamiento, es modesto. Un pasadizo ajardinado ofrece un acceso oscuro al antiguo edificio que se cree sirvió también de pernocta para ferroviarios. Dentro, los muebles justos y funcionales.

Plazo límite

Dormir aquí, como en casi todos los centros de acogida de España, tiene un límite de noches. Como máximo tres, salvo excepciones. Isidro, un gaditano extoxicómano y seropositivo de 40 años, es una de esas excepciones. Lleva cinco noches durmiendo en el centro porque está buscando trabajo, pero la prórroga que le han dado se le agota. "Sé que me tengo que ir pronto y eso me angustia", lamenta.

Además de alojamiento, la casa ofrece el desayuno y la cena, pero permanece cerrado desde las once de la mañana hasta las cinco y media de la tarde. "El formato no es el ideal; deberíamos tender a abrir las 24 horas y está en la idea de todos, pero ahora no tenemos personal", argumenta esta responsable.

El pasado domingo se celebró el Día de los Sintecho --entre 20.000 y 30.000 en toda España--, en el que se reivindicó la necesidad de ampliar o hacer más flexibles las estancias en estos servicios. Actualmente, sólo algunos de los acogidos que están en proceso de inserción o de búsqueda de empleo --para lo que también cuentan con otros programas de Cáritas-- pueden alargar su alojamiento.

Luis Javier de la Cruz no pudo hacerlo. "Pasé tres días en el centro, pero luego me tuve que ir. Ahora llevo casi un mes durmiendo en la calle", relata. Mientras habla sostiene un vaso de plástico en cuyo fondo asoman un euro y 20 céntimos.

A este treintañero de Navaconcejo lo que más le asusta es el frío. Por el día pide en cualquier avenida, el jueves lo hacía en Cánovas, y por las noches invoca al sueño en el entorno del parque Calvo Sotelo. "Los cajeros no me gustan porque a la gente les da miedo cuando entran y luego tienes problemas".

Cuenta su historia. "No tengo problemas con las drogas ni con el alcohol. Busco trabajo. Soy albañil", asegura. Su mirada vidriosa, su pose oscilante, encorvada, y su voz pastosa, dicen otra cosa. Su paso por el centro de Cáritas, según sus trabajadores, tampoco fue un mar de rosas y originó algunos problemas.

Familia ocasional

Otras vidas como la de Luis confluyen cada noche en la casa de Cáritas. Casi ninguno quiere hablar de ellas: "Están cansados de contar la misma historia una y otra vez, en cada centro al que van", señala Pacheco. De los 7 que duermen en él cuando EL PERIODICO lo visita, sólo Isidro desea recordarla. "He llevado una vida de alcohol y drogas, haciéndole la vida imposible a mi familia, ahora estoy desenganchado y me siento capacitado para trabajar", revela.

Extoxicómanos como él, parados, inmigrantes, alcohólicos, exreclusos o personas sin hogar por causas dispares pasan a diario por aquí. "Cualquiera puede caer en la exclusión social. --advierte Pacheco--. El alcohol, el juego, el paro... La línea que separa la normalización de la exclusión es muy corta".

Los huéspedes del centro forman una familia ocasional de desconocidos. "Aquí me siento como en familia --asegura Isi-