Un hombre construye un discurso. Una mujer me habla bajito de tortura y de malos tratos. El hombre del discurso habla de la libertad y de democracia, de Rafael Vera y de José Barrionuevo.

A Agustín Rueda lo mataron en las cárceles de la transición. El hombre del discurso no sé si lo sabe. Después, vino la Democracia. Después, Lasa y Zavala. El hombre del discurso no sé si lo ha ignorado. La mujer que me habla bajito está asustada. Se escuchan aplausos.

La mujer que me habla calla. Después, tras el silencio, de su boca, de sus entrañas asustadas, sale una pregunta terrible: ¿tú serías capaz de hacerlo?. De nuevo, la mujer que me habla calla. Tras el silencio, de su boca, de sus entrañas asustadas sale una pregunta terrible: ¿y el hombre del discurso sería capaz de hacerlo?. No, yo no, y el hombre del discurso tampoco.

El hombre del discurso habla de la fuerza de los hombres y de las mujeres que son libres, de cómo aún son posibles las utopías. Suenan aplausos largos, muy largos. Silencio. La mujer se ha ido. Estoy solo escuchando la nada. Me asusto, Me invento una utopía, una república, un viaje. Soy libre.