TLta semana pasada el Ateneo ha celebrado un acto en homenaje a Constantino. Constantino no es una estrella mediática, ni un futbolista, ni un intelectual famoso ni tampoco un político de renombre. Es un hombre que permanece pegado a un libro desde su infancia pese a que ni él mismo puede explicar cómo aprendió a leer, pues pisó poco la escuela debido a las penurias familiares.

La dureza de la vida de cortador y vendedor de leña no le impidió pasar las noches en Torremocha al amor de la lumbre con la lectura de las poesías de Gabriel y Galán que suscitaban la fascinación de su madre. La mezcla de sudor, cansancio, grisú y polvo en las minas asturianas la aseó con los préstamos de la biblioteca pública. El amor a la lectura le condujo a cursos por correspondencia, a la Universidad Complutense, a la Universidad de Mayores, al Ateneo de Cáceres.

Todo ello le permitió progresar en la escala profesional aunque nunca se despegó de quien fue el artífice de su vida, el libro. Y todo ello debido a que en un viaje a Cáceres con su carro cargado con la leña que debía repartir entre sus clientes descubrió en un escaparate un libro que se apresuró a comprar y leer. Hoy el carro ha sido sustituido por un automóvil que ya no trae leña a la capital. Trae los efectos del libro aquel: deseos de saber y ejemplo.