Ella dice que no hace «nada». Que no tiene ningún secreto para llegar al centenario. Le gustaba mucho bailar, quizá ese sea el secreto para superar los 100 años. Quién sabe. Lo cierto es que Catalina puede presumir de esa cifra y da buena cuenta de ello. Nació el 29 de julio de 1917 en Cáceres. Aprendió a leer y a escribir en las Carmelitas y durante muchos años ha sido sastra -que no modista-. Ella no quería, prefería coser, pero su madre le aseguraba que una costurera ganaba menos. Así, por más o menos dinero, Catalina -o la tía Cata para algunos- dedicó su juventud a la moda en Santa Apolonia. Eso sí, se resarcía confeccionando su propia ropa y la de sus hijos. Tuvo cinco con Aurelio Pérez, su marido. Ahora solo le queda Nines, que no se separó de ella ayer ni un segundo durante el acto en el palacio de la Isla.

Como una fiel escudera, su hija le acompañó en el homenaje que el ayuntamiento le hizo por sus cien años en Cáceres. En el acto estuvo presente la alcaldes, Elena Nevado, y la concejala de asuntos sociales, Marisa Caldera. Con una lucidez impropia para una mujer que ha atravesado tantas pérdidas como victorias, Catalina resolvía ayer las preguntas y los halagos que le proferían sus familiares y amigos. Su hija, visiblemente emocionada, le dedicó unas palabras, al igual que la alcaldesa que más tarde le hizo entrega de una placa conmemorativa por contribuir al imaginario cacereño.

«Muchos besos», apuntaba Catalina desde su silla de ruedas cada vez que alguno ayer se subía al estrado para reconocerla en su vida. Ella ha vivido un cáceres de Guerra Civil, de reconstrucción de postguerra, de ebullición en la movida ochentera y de la revolución de los 2000. Recuerda con memoria prodigiosa las calles y los negocios que ha recorrido durante su vida. Ahora vive un Cáceres diferente. Reconoce que ha cambiado y presume de haber conocido cuatro diseños de la plaza Mayor. Este último no le gusta, prefiere la que lucía una arbolada. Aún así muestra orgullo por Cáceres, su Cáceres. Ayer fue la ciudad la que quiso devolverle su contribución a la vida de la capital con deseos de que esos cien años sigan sumando a su cuenta.