Remanso de paz es la plaza de la Audiencia, recogida, coqueta, serena... las palmeras alivian, con el movimiento pausado de sus largas hojas, el calor que reina en Cáceres a mi regreso. Cuando, de adolescente, bajaba andando al Diocesano (sería demasiado largo e íntimo explicar por qué odiaba el autobús) me detenía aquí y la hermosura de la fachada de la Audiencia y la plazuela y el olor a patatas fritas me llevaban a otros mundos. Dejo de divagar y me centro en lo nuestro.

Donde hoy se alza el edificio de la Real Audiencia un día se halló el hospital de la Piedad, el mayor y mejor dotado de toda la villa. No incidiré demasiado en la relevancia de los hospitales en la edades Media y Moderna, porque ya se hizo el hincapié oportuno cuando visitamos los anteriores. Se fundó en 1612 por Gabriel Gutiérrez de Prado, que no se contaba entre los nobles de la villa, sino que era licenciado y miembro de una familia de ricos mercaderes. Sus abuelos, Alonso Gutiérrez y María de Sanabria eran, probablemente, los pecheros más pudientes de Cáceres, según se desprende de su extenso y prolijo inventario y testamento dado ante el Bachiller Valverde.

De esta fortuna comercial salieron las provisiones con las que se dotó al hospital de la Piedad, que, en pleno siglo XVIII poseía una renta anual de 2.000 ducados. No solo la renta es notable, sino también la propia fábrica y quienes intervinieron en ella. Las obras fueron dirigidas por Juan Salgado y fue su arquitecto Pedro López Periáñez, en su única (pero magistral) actuación cacereña. De su mano salió el actual edificio y el espectacular patio que cobija, de dos alturas en el que alternan los arcos de medio punto y los escarzanos, las columnas compuestas y las toscanas, con un verdadero alarde de decoración en el friso alternado de metopas y triglifos. Otros nombres intervinieron en la construcción como el emeritense Francisco Rodríguez Pincel, Pedro Rodríguez Nacarino (que actuó de tasador) o Pedro Lancho que realizó la forja.

En 1790 sucede uno de los hechos más decisivos de la historia de Cáceres: la Fundación de la Real Audiencia de Extremadura por Carlos IV y su instalación en Cáceres por ser el pueblo más sano, mejor surtido, más poblado y más oportuno que otro alguno de la provincia, según reza la Pragmática Sanción de 30 de mayo de aquel año. A partir de ahí los destinos de Cáceres cambiarían, al perder, en cierta medida, su carácter eminentemente aristocrático y rural y tomar un derrotero de población funcionarial y levítica que hoy sigue pesando sobre nosotros. En el fondo los cacereños, o quieren ser rentistas o quieren ser funcionarios, y quien diga lo contrario miente.

Para adaptar el edificio del antiguo hospital (cuyo patrono, por entonces, era Francisco Javier Arias de Paredes Prado) a Real Audiencia se encomendaron las labores a Manuel Martín Rodríguez, arquitecto de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y sobrino del gran arquitecto Ventura Rodríguez. De su traza salió la reforma de la torre frontera al callejón de San Benito (probablemente lo más madrileño que hay en Cáceres) y la soberbia portada, neoclásica, con un espectacular blasón borbónico a la antigua, con armas plenas y un aguerrido león que lo soporta, y, cómo no, el epígrafe fundacional propio de las obras regias: deliciosa maravilla, perla entre las perlas cacereñas.

El día de su inauguración, el 27 de abril de 1791, se produjeron fastos y ceremonias nunca antes vistas, de tal primor y esplendor, que el recuerdo de las mismas perduró durante años. Cáceres solo vivía grandes ceremonias en las visitas de los Reyes (muy contadas una vez terminado el medioevo) y en las proclamaciones regias del Atrio del Corregidor. Al frente de la Audiencia se puso como primer presidente a Antonio Mon y Velarde, que encargó hacer el célebre Interrogatorio a todas las poblaciones de Extremadura que tan útil nos sigue siendo a los historiadores. En el XX se realizó una gran reforma al edificio que afectó, principalmente a la parte posterior (calle Nidos), donde se encontraba la cárcel municipal. Allí, por cierto, se produjo el único enfrentamiento cruento en la ciudad después del golpe de estado de 1936, más concretamente el 19 de julio, cuando un grupo de militantes comunistas, con Romualdo Sánchez, el Chivario , al frente, intentó rescatar a los presos de la cárcel y se encontró con las ametralladoras de la guardia civil. Esta fachada posee el lenguaje arquitectónico grandilocuente de los edificios públicos de la dictadura y en él destaca un soberbio escudo, de los mejores que hay en Cáceres, en considerable altorrelieve, diseñado por Pérez Comendador y tallado por Antonio Gil en el taller de Jacinto del Amo. Se me ha hecho hoy corto el paseo. Paciencia. Eugenia, mi perra, tienes ganas de continuar, yo también. Les dejo en el paseo eterno, yo me vuelvo al mortal, porque uno, en el fondo, es humano, demasiado humano.