Plazuela de las Veletas, rincón de encantos centenarios, palcoescénico de leyendas antiguas, de princesa convertida en gallina de plumas doradas por amor oculto y prohibido a un capitán cristiano, campo de batallas en la guerra de Pedro I el Cruel y Enrique II el de las mercedes. Se mezclan lo histórico y lo legendario en un espacio evocador.

Dijimos que esta zona --la más elevada intramuros-- cobijó el recinto palatino almohade. Si la Iglesia de San Mateo fue la mezquita, su plaza el patio de la aljama, en la Casa de las Cigüeñas se alzó el palacio, separado por un patio de armas (lo que hoy constituye la Plaza de las Veletas) de la fortaleza alcazareña que se situaba en el Palacio de las Veletas. Todo el conjunto estaría fuertemente amurallado y comunicado con el exterior por medio de dos pasajes, uno hacia la torre de la Yerba y otro hacia la Torre del Gitano.

Presidiendo el primer recodo de la plaza se eleva, con insultante arrogancia, la Casa de las Cigüeñas, o Casas del Capitán, o Palacio de los Condes de los Corbos, nombres con los que, con el paso de los tiempos, ha sido bautizada. En 1466 Gutierre de Solís, Conde de Coria y hermano del Maestre, donó al Capitán Diego de Cáceres Ovando la zona palatina de la alcazaba para levantar sus casas. Figura fundamental del siglo XV, sin el que no podrían entenderse muchos de los acontecimientos de los reinados de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos.

El propio capitán hace alusión en su testamento y se refiere como las mis casas principales que yo he e tengo en la dicha villa de Cáceres en la colla§ión del Señor San Matheos adonde hera el alcá§ar . Lo primero que llama la atención es la torre, enhiesta, soberbia e intacta, que se alza paralela a la fachada oriental de San Mateo, con sus merlones sujetos por cornisa y canecillos. Excepción real dada en 1478 a las ordenanzas de 9 de julio de 1477 por las que Isabel I ordenó que se cerraran las troneras e §aeteras que toviesen en eyas e cubran o tejen las dichas torres . A su leal vasallo le permitieron elevar la torre que, por entonces, levantaba en su flamante casa alcazareña, como aviso a la díscola nobleza y ejemplo de premio a la fidelidad.

La antigüedad de la casa contrasta con las reformas sufridas en el siglo XX y que han hecho que sólo parte de la torre y algún muro lateral conserve su aspecto primitivo. Si vemos las escasas fotografías que nos han llegado de comienzos del pasado siglo, observaremos que la portada era adintelada, escasos sus vanos y las almenas medio destruidas. En la primera reforma, llevada a cabo por los Marqueses de Camarena se dispuso el arco de medio punto, los ajimeces y blasones de Márquez de la Plata y Carvajal, hoy desaparecidos.

La reforma de los 60

En la segunda reforma, llevada a cabo en la década de los sesenta, se le dio el aspecto que hoy presenta, portada central de sillares graníticos, contrastando con la mampostería, arco conopial sobre ella, acompañado de dos armerías de Ovando y Mogollón, una de las cuales excesivamente moderna. Todo ello enmarcado en un gran alfiz, fuera del cual se sitúan dos ventanas geminadas, dentro de sendos alfices de menor tamaño, bajo las cuales se sitúan otros dos vanos arquitrabados.

Es decir, el mayor ejemplo de las recreaciones Exín Castillos llevadas a cabo en la pasada centuria, cuando aquí se ubicó el Gobierno Militar. Engaños que intentan simular un pasado que nunca existió y que no dejan intuir la esencia de la época en que fueron ejecutadas. Cuánto daño han hecho estas acciones, ya que se espera que cualquier actuación se haga con estos criterios que rozan ampliamente el pastiche. O se conserva o se innova, pero no se engañe ni confunda.

O cambio de tercio, o se me llevan los demonios. El interior presenta un patio berroqueño de arcos rebajados a dos alturas y una interesante colección de armas dispuestas en panoplias. En el jardín posterior existe un interesante escudo del concejo, con las armas invertidas.

La casa fue propiedad de los descendientes propincuos del capitán, los Señores de la Casa de las Cigüeñas y de la Arguijuela de Arriba. Del omnipresente Marqués del Reyno (también fue suya) pasó a los Carvajal, Marqueses de Camarena, Parientes Mayores de la Casa de Ovando, cuyos anteriores titulares la vendieron en el pasado siglo, como el resto de palacios que poseían en la ciudad.

El capitán cristiano juró a la princesa agarena amor eterno, y la traicionó, usando la llave --prenda de amor-- para que las tropas leonesas penetraran en la ciudad. Arrepentida, cuenta la tradición, se arrojó de la torre del alcázar, torre que, siglos más tarde, fue de nuevo levantada y coronada de merlones que premiaron la fidelidad de otro capitán, intentando lavar la traición de siglos anteriores. Pero, admitámoslo, la fidelidad no se premia, porque, ni siquiera, es obligación, sino plenitud natural del abandono.