THtace unos días comíamos en un restaurante situado en los aledaños del río que circunda la isla de los museos de Berlín. Frente a nosotros había un cartel del famoso soldado saltando el muro al que le faltaba la cara, pues había de colocarla en su lugar todo aquel que deseara hacerse una foto. Junto al cartel una caja de seguridad con su correspondiente ranura por la que introducir los dos euros que costaba la diversión.

Nadie cuidaba del invento por lo que nos preguntamos si los alemanes cumplirían con el requisito de pagar de acuerdo con la fama de serios y cumplidores ciudadanos que los acompaña o mas bien seguirían la costumbre española de aprovechar la ausencia de vigilancia para hacerse la foto gratis.

En esas que llegaron cuatro teutones adultos y sucesivamente posaron para la posteridad e incluso un par de ellos repitieron la pose pues no debió gustarles el resultado de la primera fotografía. Nos llevamos una gran alegría al comprobar que no dejaron un solo euro en la caja porque el hecho ponía de manifiesto que nuestra influencia en Europa no solo se reduce a la siesta y la chapuza, sino que también propiciamos el enriquecimiento de las personas. A estos concretamente les ha enriquecido doce euros.