La parroquia de San José de Cáceres vivió la tarde del pasado viernes un momento muy especial en la vida de dos de sus feligreses. Bartolomé Infante y Rosa Rodríguez recibieron la bendición del obispo de Coria-Cáceres, Francisco Cerro, y estuvieron arropados por numerosos amigos y vecinos de la parroquia para depedirlos en un viaje que ambos emprenderán a la República Dominicana para ayudar y colaborar como misioneros. Abandonarán España el próximo 31 de agosto y no se sabe cuándo volverán a casa. Se marchan al otro lado del Atlántico con la confianza que les da su fe, pero con la incertidumbre de no saber cómo se va a desarrollar su vida en el país caribeño.

Rosa y Bartolomé pertenecen desde hace casi dieciocho años al movimiento del Camino Neocatecumenal, una comunidad cristiana que aboga por la convivencia en hermandad de sus miembros, tomando como ejemplo la vida austera de las primeras comunidades cristianas. Una de las iniciativas más importantes que sus miembros llevan a cabo consiste en la preparación de un proceso que culmina con un viaje en el que los elegidos abandonan todo cuanto tienen para comenzar una vida de sacrificio y entrega a los demás en otros lugares del mundo. Hace ya seis años que Bartolomé y Rosa decidieron "levantarse", es decir, que solicitaron ejercer como misioneros. Tras años de preparación y de evaluación de sus condiciones, el viernes se cumplió un deseo que no ha sido fruto de un simple impulso, sino que viene gestándose desde hace ya mucho tiempo.

Los nuevos misioneros saben que el reto que tienen entre manos no va a ser nada fácil ni agradable. "Nosotros vamos abiertos a la voluntad de Dios, y es su amor lo que nos empuja a dejarlo todo para ayudar a los demás", comenta Bartolomé. Y es que una de las premisas de Camino Neocatecumental consiste en exportar la fe a otros lugares, compartirla con los demás y vivirla en comunidad. "Es otra forma de vivir la vida, en la que el sentido de hermandad es muy importante y donde la fe no se queda dentro de uno, sino que se transmite a los demás", afirma Rosa.

Una vida nueva

A pesar de que Bartolomé y Rosa no son ya tan jóvenes, ellos se sienten con fuerzas y con el apoyo espiritual necesario para comenzar esta nueva aventura, siempre teniendo en cuenta que las misiones en otros países son experiencias duras en las que se vive en una precariedad absoluta. Bartolomé reconoce que "no hay nada preestablecido en este viaje", es decir, que llegarán al país sin un trabajo asegurado y sin saber en qué van a ocupar su tiempo. Son las condiciones del lugar las que determinarán su vida desde el primer día.

Convertirse en misioneros conllevará para este matrimonio dejar atrás tres hijas, una casa y una comunidad. Aunque reconoce que va a ser muy duro, Rosa se siente reconfortada porque "el amor de Dios es muy fuerte en la vida".