Los pasillos del Instituto de Educación Secundaria Agora fueron ayer un auténtico revuelo cuando apareció Mouhamadou Bamba Diouf, Bamba como le conocen en Cáceres, y sus otros dos compañeros senegaleses. Los alumnos y ellos se hicieron amigos durante uno de los talleres de interculturalidad que la Asociación Colectivo La Calle lleva a cabo en los centros de secundaria de la ciudad. Ayer les tocó a los estudiantes de 2º de ESO quienes, por un día, valoraron un poquito más su vida tras ponerse en la piel de estos inmigrantes. "Es una manera de conseguir una actitud de tolerancia y respeto hacia los inmigrantes", explicó la Educadora Social del colectivo, María Muñoz Fernández. Ya han recorrido otros centros como Al-Qázeres, García Tellez y Gabriel y Galán.

Bamba soñaba con ser futbolista, como la mayoría de los senegaleses. De pequeño vivía por y para el fútbol y ese sueño fue el que le ayudó a decidirse para dejar su país, su familia, sus amigos y sus recuerdos a miles de kilómetros. En Senegal, un país del Africa subsahariana, el fútbol es pasión y la liga española un gran referente para los chavales, que trabajan duro porque su deseo es convertirse en estrellas del balón.

Bamba no lo consiguió. Pero no ha perdido la sonrisa. De hecho, su historia llega a emocionar y erizar el vello aunque él no lo entiende. Es feliz como está, "me quedan aún millones de cosas por vivir. Estoy seguro de que lo mejor está por llegar, voy a tener vida aunque seguro que no me la traerán los Reyes Magos", explica entre risas y en un perfecto castellano mientras recuerda el día en que su sueño como futbolista se truncó. Era titular de un equipo madrileño (cuando llegó a España vivió unos años en Madrid, en Cáceres lleva ya cuatro), pero un 6 de enero una grave lesión en la rodilla le dejó fuera de juego. Ahí fue cuando comenzó su nueva vida. Ha trabajado como vigilante, como dependiente,... Ahora está en el paro y aprovecha para homologar su graduado, "era muy buen estudiante, allí hice hasta 4º de ESO pero aquí no me lo reconocen", indica.

Su vida en la ciudad

Cáceres es para él lo mejor y lo peor de su vida. "Aquí nunca te sientes uno más. Me molesta cómo me miran, se extrañan de que sea de otro color. En muchas discotecas no me dejan entrar por eso. Con la gente te da la sensación de que siempre tienes que justificarte", asegura, y se defiende, "no he hecho daño a nadie. No entiendo por qué no nos aceptan". Sin embargo, hasta de esto es capaz de sacar lo positivo. Es un joven fuerte, alegre y maduro para su edad (solo tiene 21 años). "Nunca he llorado por esto. Me da rabia, sí, pero me ha enseñado a madurar, a contar mis amigos con los dedos de la mano y a saber en quién puedo confiar. Pero nunca he llorado, esto no tiene importancia en comparación con estar lejos de mi madre", afirma.

Su padre falleció y ahora su madre vive sola en Senegal porque sus otros hermanos están en Italia. "No sé que haría si me faltara ella. Yo sigo aquí por mi madre porque necesita nuestra ayuda, todo lo que tengo se lo doy. Me preocupa que algún día pueda abandonarme", dice, esta vez sí, con los ojos ligeramente emocionados. Lleva mucho tiempo sin verla. Hoy dormirá deseando que aparezca entre sus sueños después de recordarla junto los alumnos del Agora, para quienes el color, desde hoy, formará parte de su propia cultura.