En clase hay cinco alumnas. Bajo las órdenes de Laura Durán se intercambian una suerte de pelota y emulan que es un objeto. Un peine, un sombrero, cualquier cosa vale. No se escucha nada más que la música que acompaña y el ritmo que la tutora marca con los pies. La profesora indica a las jóvenes y concentradas, repiten los gestos. Es sábado, y las alumnas eligen un escenario diferente para ocupar su fin de semana. Las cinco forman parte del conjunto de los alumnos más pequeños que se forman en la escuela de la calle Parras.

Amelia David, actriz y profesora que gestiona la sala junto a Isidro Timón, destaca que en el caso de los niños el propósito del aula es que afirmen su autonomía, aprendan a socializarse y desarrollen su lado creativo. «El ser humano tiene la necesidad innata de expresarse. Los niños, de manera cotidiana, lo hacen a través del juego. Para ellos todo es juego», destacan.

En las clases también tienen alumnos con Asperger y con Síndrome de Down. Curiosamente, no son los más pequeños los que componen el grueso de la sala. «Tienen una vida más ocupada entre actividades extraescolares», añade Amelia.

La función terapéutica

En cualquier caso, asevera que la virtud del teatro es va más allá de la escena. Tiene una función «terapéutica» y «ayuda a gestionar las emociones». Esto se traduce en que «una filosofía de vida». Amelia define el arte escénico como «el espejo de la vida». Y al hilo de poner la vida sobre un escenario, tanto Isidro como ella hablan del «miedo» que supone mostrar emociones y también del «alivio» que supone «ser uno más», sin que nada importe».