El pasado mes de diciembre, con el que se cerraba el año más nefasto de la presente era, se publicaba el último de los denostados e inútiles Informes PISA sobre la calidad de la enseñanza --¡No de la educación¡--- con el que se trata de medir cada tres años la calidad de los sistemas didácticos y el nivel de conocimientos y habilidades de los alumnos de quince años en los países de la OCDE; según criterios simplemente economicistas; con vistas a las futuras demandas del mercado laboral, y a la posibilidad de explotación salarial de los futuros trabajadores.

Los resultados de este informe, correspondiente al año 2016, mejoraban ligeramente los datos estadísticos y porcentuales referidos a España; datos que siempre habían sido negativos, dejando a los jóvenes estudiantes españoles por debajo de las medias de «comprensión lectora», y del conocimiento de Matemáticas y Ciencias. Al aumentar levemente, en el presente informe, los índices porcentuales en cada uno de los ítems del ejercicio evaluador, aunque marcando notables diferencias entre unas Comunidades Autónomas y otras, las instancias educativas del Gobierno han salido en tromba de sus despachos para proclamar el «éxito sin precedentes» de la actual Ley de Educación, la conocida y denostada LOMCE; aunque ya esté «en capilla» para su derogación.

Desde el año 2000, en que comenzaron a realizarse estos informes, son varios los países que han orientado sus sistemas educacionales por los «senderos» marcados por PISA, con los desastrosos resultados tan negativos en España. Ya son varios los autores --economistas, sociólogos y analistas pedagógicos-- que han destacado la «inutilidad» de los informes PISA. La incoherencia intelectual de que una Organización Internacional para el Desarrollo y la Cooperación Económica, se arrogue la autoridad de juzgar, opinar y marcar objetivos sobre la educación de los alumnos; uniendo estos «objetivos» con los que se marcan en los planes «neoliberales» del capitalismo más contumaz, para el desarrollo económico y la vida laboral de los países miembros; buscando la mayor «productividad» de los futuros trabajadores, y los mayores beneficios para las empresas; por encima de la educación de los ciudadanos, la adaptación de los jóvenes a su contexto social y cultural, o el cultivo del intelecto y del comportamiento mediante los conocimientos de materias destinadas a perfeccionar la personalidad, la cultura y el intelecto de los estudiantes.

Los responsables políticos o ministeriales que deciden hoy la ordenación educativa en los niveles más cercanos a las aulas --concejales, diputados regionales, directores generales o ministros-- suelen preocuparse enormemente de estos informes hueros y desnaturalizados de la OCDE. Pues subir en las valoraciones que marcan sus distintos epígrafes suelen ser consideradas como un triunfo de sus orientaciones y gestiones; muy por encima de las calificaciones pedagógicas del profesorado o de los juicios valorativos de los padres de alumnos, que conocen mucho mejor el nivel de sus hijos.

Por eso, no es de extrañar que la enseñanza, sobre todo la «educación» de los jóvenes, su cultura y sensibilidad con otras cualidades de la personalidad de la inmensa mayoría del «mundo occidental», esté fracasando notablemente con un grave deterioro de la convivencia y de la solidaridad.