En una reunión de cacereños se suscita la siguiente pregunta: "¿Quién ha visitado la cueva de Altamira?" Se levantan cuatro manos. A continuación se repite una pregunta parecida, aunque cambia el topónimo: "¿Quién conoce la cueva de Maltravieso?". Se levanta una sola mano. He ahí una de las peculiaridades más características de La ciudad feliz : conocemos lo ajeno, desconocemos lo nuestro.

Ya analizamos en una ocasión la pobre cifra de visitantes nativos que tienen nuestros museos (por la interesante sección de Bellas Artes del museo de Cáceres no pasaban cada año ni siquiera tres mil cacereños). Ahora queremos centrarnos en el germen primigenio de Cáceres, en el lugar que en cualquier ciudad sería la almendra de las esencias, el lugar más sagrado del término municipal. Hablamos, en fin, de la cueva de Maltravieso.

Pues bien, por su centro de interpretación pasan cada día entre siete y ocho personas. Y de ellas, una parte son turistas. En resumen: unos mil cacereños al año. "Es que Maltravieso es tan de aquí, está tan ahí, parece tan así...".

EN LA CARRETERA DE MEDELLIN

Un buen día de 1951, un barreno dejaba al descubierto en la zona del Calerizo, por la carretera de Miajadas, que antes se decía de Medellín, la entrada a una cueva. Durante cinco años, aquello quedó como una curiosidad que sufría la destrucción de quienes allí entraban. Hasta que en 1956 acertó a introducirse en ella el sabio polifacético don Carlos Callejo (pocos cacereños han merecido con tanta justicia el don).

Armado de brújula y linterna descubrió unas pinturas rupestres que revolucionaban la historia de Cáceres y el estudio de la prehistoria en la Península Ibérica. Se descubrieron también restos de ocupación humana y Carlos Callejo publicaba el ocho de enero de 1957 un artículo emocionado en este periódico, en su EXTREMADURA, titulado El nuevo mensaje de Maltravieso .

Ese mensaje era que en el Paleolítico Superior, Cáceres había estado poblada y sus habitantes habían grabado en las paredes de una cueva 33 manos, un toro, ciervos, etcétera. Posteriormente se demostraría que esas pinturas eran anteriores a las de Altamira y todavía hay mensajes que descubrir, mensajes que son buscados cada Semana Santa por un grupo de arqueólogos, que incluso sugieren la posibilidad de que la gruta sea más larga de los 135 metros actuales.

Pero mientras en Altamira o Les Eyzies (Francia) las cuevas eran protegidas y mimadas como si fueran el Santo Grial, en La ciudad feliz Maltravieso se dejaba al aire, las pinturas se secaban y se caían, las constructoras arrojaban allí sus escombros y una parte se derrumbaba con las obras de la nueva barriada de Llopis Iborra, a pesar de que en 1963 la cueva era declarada Monumento Nacional.

En lugar de preservar nuestro tesoro, había cacereños que entraban allí para hacer pintadas y grafitis (algunas firmas de vecinos que aún viven se conservan junto a pinturas rupestres). Incluso se llegó a hacer una zanja para que determinadas autoridades la visitaran con comodidad, como si aquello fuera la cueva de los piratas de Eurodisney.

Pero pasó el tiempo de la dejadez y con la democracia y la autonomía se levantó en Maltravieso un centro de interpretación tan digno como el de Altamira. Eso sí, gratuito y con parque, paneles, reproducción del interior de la cueva y sala de proyecciones donde se pasa un precioso diaporama que emociona a cualquier cacereño que ame La ciudad feliz .

Pero ni así. Porque no sólo la inmensa mayoría de los cacereños desconoce lo agradable que resulta el centro de interpretación, sino que hay salvajes que han hecho destrozos en el interior de la cueva ficticia y, en el colmo de los colmos, el año pasado, unos gamberros llegaron a acorralar a pedradas a un topógrafo en el interior del parque y le robaron el jalón: barra con la que pretendía medir con exactitud el interior de la cueva.