Cinco de la madrugada. Suena el despertador. Isidro Jesús Barrantes Roldán desayuna y baja apresuradamente al garaje de su casa en la calle San Justo en busca de su Opel Astra rojo que, una mañana más, le conducirá hasta Casar de Cáceres, donde trabaja como ganadero.

Oye pasos, cuchicheos y presiente la respiración agitada de unos desconocidos. "Me van a robar", piensa mientras abre la puerta con el mando a distancia. Tres policías locales uniformados se dirigen a él. Isidro pone cara de póker y siente un alivio inmenso. "No son ladrones, son polis", dice para sus adentros. La alegría le durará poco... "¿Qué hace aquí?, identifíquese", apremian los agentes. La cara de Isidro ahora es un poema. "Es éste, se parece...", acierta a entender el ganadero, que escucha desconcertado la conversación de los efectivos. "Les digo que este es mi garaje, que me voy a trabajar, que trabajo en el Casar", insiste Isidro. Pero nada.

Los policías le piden el DNI. ¡Horror!, la dirección no coincide con su domicilio actual. "Es que cuando me renové el carnet todavía vivía en el pueblo, ahora vivo aquí, en la calle San Justo", insiste.

La policía parece que no traga. "Tendrá que acompañarnos", le dicen. De pronto, en el garaje hay "siete u ocho policías y varios coches patrulla". Isidro no entiende nada: "¿Cómo es posible que me esté pasando esto a mí? ¡Y a las cinco de la mañana!". El ganadero es trasladado a comisaría y no sabe el motivo.

"¿Puedo telefonear?", pregunta. Obtiene el no por respuesta. Llega a jefatura. Pasados 10 minutos la mujer que denunció el robo en su casa asegura que Isidro no es el ladrón. La policía pide disculpas. "Ganadero, sí. Caco, nunca", defiende Isidro con orgullo.