Eugenio Alonso Rubio, que se casó con Elvira Paniagua, nació en Aldeanueva del Camino y tuvo cinco hijos: Carlos, Antonio, Jesús, Manolo y José. Era ganadero y al quedarse viudo decidió venirse a la capital para empezar una nueva vida. Eugenio era un hombre muy recto, muy serio, que usaba bastón y vestía con capas de color negro o azul marino.

Era Eugenio una persona emprendedora que nada más llegar a la ciudad compatibilizó sus negocios ganaderos con la hostelería, un sector que siempre le había gustado. Así que cogió en arriendo el Hotel España (actual Iberia) y también montó una pescadería. Sin embargo, Eugenio soñaba con tener un complejo hostelero en propiedad que dispusiera de cafetería, hotel y restaurante, algo que fuera realmente novedoso en aquel Cáceres de los años 30.

Pronto encontró un edificio de cuatro plantas en el 21 de la calle Pintores, por bajo de Gozalo, que compró a don Federico Candela Guillén, que tenía una empresa en Gil Cordero. Eugenio encargó al arquitecto Francisco Calvo Traspaderne el proyecto de lo que muy poco tiempo después se convertiría en una de las cafeterías más célebres de Cáceres: el Jamec, anagrama inspirado en las iniciales de su nombre y el de sus cinco hijos: J de Jesús y José, A, de Antonio, M, de Manolo, E, de Eugenio, y C, de Carlos.

Traspaderne era un arquitecto que vino de Logroño y que cuando Jamec abrió el 25 de febrero de 1935, se quedó a vivir en el hotel hasta que murió. Con vistas a Pintores y Moret, Jamec tenía en la planta baja la cafetería, con su barra, su salón grande, y unas escaleritas que accedían a un pequeño escenario donde subirían grandes orquestas y cantaría hasta Antonio Machín. En la primera planta se abrió el restaurante y las otras dos plantas del edificio se destinaron al hotel.

Para el estreno se compraron grandes espejos, sillones de cuero muy blanditos y preciosas sillas de color negro. Años más tarde se hizo otra barra en la cafetería, que tenía un mostrador de helados que daba a la calle Pintores y allí siempre te compraba tu madre uno de aquellos cortes de distintos sabores que te sabían a gloria en las tardes de verano.

La familia

Los hijos de Eugenio fueron creciendo. Pepe murió durante la guerra después de que lo atropellara un tren en Griñón. A todos los demás se preocupó Eugenio de buscar un futuro. A Carlos le montó la cafetería Avenida, que estaba en Cánovas, donde ahora está el Banco Popular, junto a los célebres futbolines de Peluca.

El Avenida, que se vendió en 1974, era un café con dos barras, a derecha e izquierda del local. El establecimiento contrató los servicios de un maestro obrador valenciano, que preparaba helados y pasteles de caerte para atrás. También había orquestinas , que actuaban los días festivos y casi todos los fines de semana.

Jesús montó Unión Maderera Cacereña, Umaca, que estaba en la avenida de Alemania frente a Alcoresa; y Manolo, que falleció con solo 50 años, se dedicó a la compraventa de ganado.

Jamec estaba destinado para otro de los hijos de Eugenio: Antonio Alonso Paniagua, que se casó en Santa María con Carmen Martínez Sandoval, hija de Damián Martínez, que fue practicante del Hospital Provincial. La pareja se fue a vivir al número 20 de la avenida Virgen de la Montaña en una casa que en los años 80 se vendió a Narcisa y Manuel García Tomé.

Antonio y Carmen tuvieron cinco hijos: Juan José (perito agrícola y empresario), Antonio (profesor mercantil y banquero), Carlos (ingeniero técnico de Obras Públicas), Elvira (estudió Magisterio y piano) y Manuel (que estuvo en la Banca Sánchez). En la avenida de la Montaña se criaron los cinco jugando a las chapas en su paseo central y al balón en el campo del Rodeo.

Allí vivieron el farmacéutico Delgado Valhondo, Turégano, que era jefe de Correos, el coronel Rivera Altés, Juárez, jefe de Sanidad, los Javaloyes, que eran castellanos y su padre fue jefe del Tribunal Tutelar de Menores... En la misma avenida estaba el sanatorio de Ledesma, eran todo casas de tres pisos y muchos de los niños que las habitaban acudían a estudiar al San Antonio, con el padre Daniel, el padre Pedro, el padre Luciano, el padre Foronda o el padre Antonio Corredor.

En los tiempos en los que Antonio Alonso llevaba el Jamec, su cocinero era Belloso. Luego estaba Julio Cruz, que primero fue camarero y después maitre del restaurante. También trabajaron como camareros Manolo Regidor, Paco El Chato y Tomás, que era el encargado de una de las barras. De la plantilla del Jamec igualmente formaban parte Joaquín Duarte Borrella, que era el conductor del camión GMC (General Motors Company) que se utilizaba cuando ofrecían banquetes en fincas de Cáceres, El Negu , que era el que encendía la calefacción, Margarita, que era la cocinera, la señora María, que estaba en el office y Manuela Barrado, que era la gobernanta y que de las escaleras para arriba era la jefa del hotel. Jamec llegó a tener 27 empleados, imposible citarlos a todos, pero todos permanecen en el recuerdo.

El hotel de Jamec era pequeñito, tenía 17 habitaciones repartidas en triples, dobles y simples con capacidad para 26 plazas. Luego estaba el comedor, que a diario se llenaba y la gente pedía merluza a la plancha, que en aquella época la traían de La Coruña en ferrocarril. También servían langostinos, directamente desde Sanlúcar, y gambas de Huelva para aquellas tortillas de gambas que estaban de morirse.

Pero de todo el complejo, lo más querido por los cacereños era, sin duda, la cafetería, que abría de siete y media a ocho menos cuarto de la mañana. Lo primero que se hacía era la limpieza, se encendía la cafetera y a las ocho ya se estaban poniendo los primeros desayunos con su aromático moka servido por sus amables camareros.

Aquella cafetería, cargada de romanticismo, era lugar de tertulias, reuniones, charlas y comentarios de artistas, políticos y literatos que durante sus casi 50 años de vida desfilaron por todos los rincones del que fue el café por excelencia de la capital, con sus ventanales que daban a la banca Sánchez de la Rosa y sus confortables asientos.

Hasta allí acudía a diario el limpiabotas, toda una institución, Reifarth, un alemán que un día pasó por el hotel y se quedó para siempre en Cáceres, donde formó una gran familia, que ya es cacereña desde hace varias generaciones, Pablo García Aguilera, el doctor Infante, Nicasio Jiménez Chamorro, Arsenio Palacios, el escritor Valeriano Gutiérrez Macías, Narciso Puig Mejías, Alfredo Terrón, profesor de literatura, el saxofonista de Arroyomolinos de Montánchez Pedro Cámara, que se hizo muy famoso porque tocaba en los bailes de Alcúescar...

Pero también otros nombres como José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, Melquíades Alvarez, un político y jurista español que en sus inicios se adscribió al republicanismo de Nicolás Salmerón, para formar en 1912 el Partido Reformista, en el que militaron miembros de la intelectualidad española del momento, como Manuel Azaña y José Ortega y Gasset, filósofo y ensayista español que estuvo hospedado cerca de un mes en el Jamec.

También acudió al café cacereño Torcuato Fernández-Miranda, político español, considerado por muchos el estratega del proceso de Transición. Y hasta Gil Robles, que en 1935 fue nombrado ministro de la Guerra por Lerroux, pasó por el Jamec.

A diario: las tertulias, cada lunes: los tratos de los ganaderos (hasta que abrió la Lonja), a mediodía: el vermut y sus gambitas rebozadas. Y por la tarde: las meriendas, con las roscas y especialísimas ensaimadas. Allí se jugaba al ajedrez, se celebraban bodas, bailes de Nochevieja... Todo era bello en el Jamec: sus cubiertos de plata, sus catavinos, sus copas blancas y amarillas, sus platos con el logotipo del local dentro de un robo tumbado de color azul...

Lo frecuentaban funcionarios del ayuntamiento y la diputación, y de Iberdrola, que estaba en la calle Parras. También los comerciantes porque a su alrededor resplandecía un Pintores plagado de vida: las fotografías de Javier, la zapatería Martín, la camisería Picado, el horno de San Fernando por atrás, la Bodega Catalana, donde se vendía el vino por pistola, la cafetería Toledo...

Cuando empezaron a aflorar pubs y discotecas y Antonio se jubiló, sus hijos encaminaron sus vidas. Así que el negocio terminó cerrando en 1980, un Día de Santa Marta, patrona de la hostelería. El edificio lo compraron los de Tejidos Amado y ahora lo ocupa una entidad financiera. Pero Cáceres nunca olvidará ese rincón de tertulias e intelectuales que fue Jamec, el romántico café de Pintores.