Se crió en Cáceres, donde viven sus padres, pero decidió que su vida estaba lejos de aquí. Jesús Cruz, cooperante de Cruz Roja Española, se recupera en casa cacereña de un cólico que sufrió cuando estaba en Sudán. Ha pasado en Africa los dos últimos años y medio. Cuando empiece el 2007 se irá de nuevo, esta vez, con destino a Asia.

--¿Cuál es su labor?

--He trabajado en cooperación al desarrollo y asistencia humanitaria, sobre todo a poblaciones refugiadas o desplazadas internas. En esta última etapa he coordinado proyectos con refugiados o desplazados para asegurar que la ayuda llegaba y se cumplían los estándares humanitarios de emergencia y de asistencia, que son unos mínimos que pone la comunidad internacional.

--Usted supervisa que esa ayuda llegue y se distribuya...

--No solo eso. Lo que está haciendo Cruz Roja es trabajar en campos de refugiados o desplazados. En Tanzania prestábamos luz y agua a 240.000 refugiados. Teníamos seis campos y uno era de la misma población que Cáceres. En este caso no era asegurar solo que la ayuda se distribuyera sino también que la asistencia cumpliera unos mínimos humanitarios.

--¿Dónde ha trabajado en condiciones más extremas?

--Siempre que te ves envuelto en una situación con un conflicto bélico, aparte de que las condiciones de vida son por lo general bajas, hay un componente adicional que es la seguridad. Sudán ha sido el más complicado, más que Kosovo en el 2000, que no dejaba de ser Europa.

--Entonces, ¿qué le mueve a ir a un lugar a jugarse la vida?

--En primer lugar, hay un móvil solidario que es prestar asistencia a la gente que lo necesita y segundo, que profesionalmente me parecen experiencias muy interesantes porque es trabajar en países extranjeros con unos medios que muchas veces rozan lo mínimo y con una presión muy importante para obtener resultados que, a su vez, se tienen que traducir en mejoras de las vidas de la gente con la que trabajas.

--¿Hay gente que no les quiere?

--Por regla general los cooperantes no son el objetivo de los conflictos, si bien es verdad que al ser personal internacional el secuestro y la muerte de algunos les da mucha notoriedad. Si es cierto que cuando llegas tienes que explicar a las partes cuál es tu misión, que vas a dar asistencia humanitaria y que no entras a juzgar cuáles son los motivos del conflicto sino a concentrar tu trabajo con la población.

--¿Qué visión se tiene de Europa y los europeos en esos países?

--Vivimos unos momentos confusos por el contexto internacional. Parece que hay un choque de grandes civilizaciones. Hay mucha gente que no entiende bien qué hace el mundo desarrollado y por qué no llega más ayuda a ellos que lo necesitan o por qué cerramos nuestras fronteras.

--¿Hay un compromiso real por parte de Occidente?

--Es un compromiso que tiene que crecer. Es real desde el momento en que hay proyectos y ayudas a los gobiernos y una voluntad por mejorar la situación. Pero es irreal desde el momento en que quizá no sea suficiente. Hay que progresar en una cooperación que tenga más impacto y solucione los problemas, no solo económicos sino políticos. Primero hay que solucionar lo político para realizar políticas de reducción de pobreza.

--¿Se deja morir a Africa?

--Hay muchas Africas, la que muere como la del sida. En Occidente tenemos un acceso muy fácil a los retrovirales mientras que en Africa la mayoría no. También está la de los conflictos políticos, con claroscuros, como en Sudán y Congo, y luego tenemos la extremadamente pobre donde las condiciones impulsan a la emigración a buscarse la vida en nuestras costas y campos.

--¿Qué no entiende España de la inmigración que llega?

--Cuando la gente viene de Africa a Europa busca expectativas. Un africano de una pequeña aldea en Senegal o Tanzania es una persona que va a penar y que tiene muy pocas posibilidades de acceder a una vivienda digna o a una buena sanidad o educación. Curiosamente la gente que emigra es la mejor preparada, la más fuerte, la que tiene más posibilidades, iniciativa y determinación.

--¿Seguirán llegando?

--Es reversible. Depende del modelo que escojamos. Si escogemos uno en el que decidamos que la bonanza y la riqueza de una parte del mundo tiene que ser compartida, la gente que tiene apego a su tierra se quedará allí. Si optamos por otro basado en las fronteras y en las medidas policiales y que no vaya a resolver el origen del problema, seguirán viniendo. Construimos grandes muros y al final los inmigrantes encontrarán el modo de saltarlos.