Jueves, 28 de abril. Cinco de la tarde. La puerta norte del parque del Príncipe abre este Diario de ruta que comienza en Aguas Vivas, barrio ligado a las lavanderas, el oficio popular más importante del Cáceres del siglo XVIII. Por la vereda discurre paralelo el parque del Príncipe, pulmón verde de la ciudad, con su museo de esculturas al aire libre, donde coexisten arte y naturaleza en un paseo que nos lleva a Fuente Hinche, o Jinche para los cacereños.

Hasta ella llegaban, a pie o en mulas, aquellas lavanderas con sus cestas de ropa que entonaban canciones populares en lavaderos que aún se conservan, mientras el ganado se refrescaba en los ciento y pico de abrevaderos que sobreviven en este entorno, restaurado siendo concejal el fallecido Valeriano Hornero pero que hoy se nos aparece sucio y lleno de graffitis . Desde Fuente Jinche se escuchaban las coplas de las lavanderas... En el lavadero te he visto lavar, te he visto las ligas que eran colorás. Los señores de levita se mueren por las del moño, por eso a las señoritas se las llevan los demonios. Soy lavandera de raza porque así lo quiso Dios. Lavanderita fue mi madre y lavanderita soy yo .

Bajo el puente de la ronda norte, Alonso Pizarro, Orencio Carrascal, Santiago García y Julio Lozano guían a EL PERIODICO por estos caminos llenos de encinas en plena floración. Hoy falta Alfonso Mora para completar a los cinco magníficos , autores de las 10 rutas de senderismo, editadas por el ayuntamiento para potenciar el tesoro histórico y medioambiental de la ciudad.

Por el arroyo de Aguas Vivas, Alonso, profesor de Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente en el Instituto Hernández Pacheco y coordinador de este trabajo, explica las propiedades del hinojo y enseña la tradicional Fuente Barba, donde crece la cicuta, planta parecida al perejil, con la que envenenaron a Sócrates.

Una portada de piedra da acceso al Olivar Chico de los Frailes, un área de recreo propiedad del ayuntamiento --antes de la Iglesia-- donde destaca su casa de labranza. Aquí es fácil encontrar ejemplares de bosque mediterráneo (alcornoques y peruétanos) o divisar La Sierrilla, con sus chalets de lujo, propiedad de la alta burguesía cacereña.

La cruz del caminante

Orencio, exfuncionario de aduanas de Hacienda, es un correcaminos , amante de la senda y la vereda, con el que emprendemos la llamada cruz de los caminantes : empinado camino que conecta La Sierrilla con la Cañada Real Occidental Soriana o Cañada Real del Casar. En la parte alta de La Sierrilla el terreno es muy malo; la erosión ha desgastado el suelo y la pizarra se deja asomar. Orencio, siempre huyendo del asfalto, aprovecha para recomendar el uso de las sendas y criticar abiertamente a los que llama depredadores de caminos porque cercan con vallas y candados los accesos públicos. Como buenos senderitas, el equipo pone sus reservas a "la mala planificación urbanística" que se hizo de La Sierrilla y a la "agresión" e "invasión" que ha sufrido durante los últimos 15 años.

Llegamos a la cañada. Desde su cima se divisan imponentes las estribaciones de la sierra de Aguas Vivas y Casar de Cáceres. Hay flores de retama y, especialmente, zumaque, planta escasa en Extremadura, que antes se utilizaba para teñir y curtir y que sirve de altímetro natural, puesto que crece a 600 metros por encima del nivel del mar. Y a esta altura, justo a mitad de la ruta, Santiago, profesor de Historia del Hernández Pacheco, aconseja estos paseos, "que te hacen sentir mejor contigo mismo y con los demás".

El camino se estrecha y hay fincas privadas, ya deterioradas, cuyas entradas con arcos de medio punto simbolizan el toque aristocrático que sus dueños quisieron darle en el pasado. Madreselvas, orquideas y majuelo --conocido como gorro de dormir porque en infusión es un tranquilizante-- nos adentran en la vaguada de la ronda norte, donde en su día existieron los lavaderos de Beltrán.

Como opción, Julio, profesor de Geografía e Historia en el Hernández Pacheco, apasionado de su trabajo, propone desviarnos al Paseo Alto, también llamado Alto del Rollo por el rollo o picota que tuvo en la Edad Media como símbolo de la justicia del lugar. Además de la ermita de los Mártires, la zona conserva un antiguo polvorín de la guerra civil.

Tras 5 kilómetros a pie, llega el fin de la ruta en la fuente de Aguas Vivas, rodeada "de una verja que no nos gusta", insiste Julio, pero que ha sido la única solución ante el vandalismo que sufría. Pascual Madoz, en su diccionario geográfico catastral, destaca que la fuente se reedificó en 1739, reinando Felipe V y siendo corregidor de Cáceres Manuel de Silva. Tiene cuatro arcos y se usó como lavadero de ropas por aquellas lavanderitas de raza que volvían locos de amor a los señores de levita del siglo XVIII.