Hong Kong es uno de los grandes centros financieros de Asia. Lugar estratégico del comercio internacional, está considerado como uno de los rincones con mayor libertad económica del planeta y tiene una de las rentas per cápita más altas, por encima de numerosos países europeos. "Y sin embargo en Hong Kong hay muchas necesidades de carácter espiritual: los chavales, por ejemplo, creen que la vida solo tiene sentido si encuentran un buen trabajo y ganan dinero", afirma el sacerdote Juan Carlos González, destinado tres años a esta peculiar región china. Por ello los misioneros de la Iglesia trabajan allí con la misma entrega que en otros lugares.

"Quizás no llevamos comida u hospitales, pero sí el mensaje de los grandes valores del Evangelio: el amor, la reconciliación, el perdón o el respeto a la vida, que son los pilares de la existencia. Los jóvenes se sienten un poco vacíos, y si alguno da el salto a la fe, estupendo, pero solo con que acojan estos valores nos podemos dar con un canto en los dientes", afirma el sacerdote, de 32 años, que trabajó en un colegio de la orden dominica al que asistían 4.000 alumnos, una minoría de ellos católicos. Sin embargo, tuvo que regresar a España por problemas de salud y ahora trabaja en la nueva parroquia cacereña de Mejostilla.

Lo mejor de su experiencia misionera fue "el respeto de Oriente por las distintas creencias, su capacidad de escucha, su profundo sentido de la trascendencia y de la religión", subraya. Lo peor, sin duda, "la necesidad de aprender el idioma para integrarme en su cultura. Tuve que matricularme en la universidad china de Hong Kong y seguir un sistema muy fuerte. Justo cuando empezaba a mantener conversaciones ordinarias, me vi obligado a regresar", lamenta.

Juan Carlos no cierra las puertas a un futuro misionero, pese a las limitaciones que le exige su salud: "No descarto nada porque la Iglesia nos necesita hoy aquí y mañana allí. Tenemos una vida abierta, de plena disponibilidad".