Respira el soul. Acumula posos de las sesiones improvisadas de su infancia y recibe en herencia el interés musical. Juan Zelada (Madrid, 1981) se gradúa en el Liverpool Institute con 25 años y ya se codea con palabras mayores. Paul McCartney le estrecha la mano antes de salir para reconocerle como mejor compositor y le ficha para la gira de Back to black de una Amy Winehouse en la cima. Tras su viaje de mochilero a Sudamérica y unos cuantos álbumes de estudio a sus espaldas, el músico publica Be somebody (Muwom, 2017), una suerte de batido de soul y funk. Esta semana hace parada con su banda en Extremadura y actúa en El Corral de las cigüeñas (10 de marzo) y la sala Mercantil (11 de marzo).

-¿La raíz soul es genética?

-Mi padre era el músico, era el el que tocaba en la familia. Tengo ese deje soulero porque era lo que escuchábamos en casa, Ray Charles, Otis Redding y Stevie Wonder. Yo aporreaba el piano y vi que tenía una llamada obsesiva por la música desde pequeño. Fui siempre autodidacta. Luego conseguí una beca en Liverpool y fue una experiencia muy intensa y creativa.

-Y ahí fue donde conoció a Paul McCartney, ¿recuerda sus palabras?

-Dijo algo así como Smashing CD, no tiene traducción pero es algo así como ‘gran cd’. Está claro que la música corre por sus venas. En estas situaciones vuelan los minutos. En ese entonces apenas había redes sociales y no tengo ni fotos.

-Y parece que estrechar la mano a McCartney da suerte porque a los meses ya giraba con Amy Winehouse, una de las grandes del soul, ¿qué aporta una experiencia así?

-Fue una experiencia para pellizcarse. Yo iba diciendo a todo que sí. Fui a una fiesta en Notting Hill, me puse a tocar los teclados y una chica que trabajaba en una discográfica me dijo que juntaba a músicos para crear una banda que tocara con otros cantantes. A los días nos dijeron ‘tenemos una gira’. Recuerdo que de las 27 fechas solo pudimos hacer 16 por el estado de salud de Amy. Aprendí mucho de la tarea de músicos y de la importancia de los técnicos. Amy entraba y salía, la veías menos. Lo cierto es que era capaz de hacer callar a 30.000 personas solo abriendo la boca, era su don.

-El nuevo trabajo se alimenta de funk, de soul, es algo ecléctico que se sustenta sobre cimientos clásicos.

-Siempre me gustaron los compositores americanos con canciones atemporales, aquellas en las que no importa la época en la que las escuches. Me gusta hacer canciones que se sostengan por si mismas, el estilo es parte de la sorpresa. Lo eléctico no es un problema, me gusta sorprender. Al borde del precipicio suceden cosas muy bonitas. Es un placer que radios ya pongan Be somebody aunque suene a un clásico.

-¿Eso deja una esperanza a que por mucho que pase el tiempo los clásicos no van a desaparecer nunca?

-Claro. La gente pensaba que la electrónica acabaría con el rock&roll y ha ocurrido justo lo contrario. La creatividad se multiplica, incorpora la tecnología y explora otros terrenos. En internet te vuelves loco con gente que hace maravillas, son bandas muy buenas con referencias a música de toda la vida y el sonido sonido muy fresco. Cuando una cosa es auténtica transmite y eso intento conseguir, que la gente se lo crea. Hay que perder el miedo a participar, estamos encorsetados.

-¿Habla de miedo?

-Siempre estamos proyectando querer estar en otra parte. En el disco he hecho mucha referencia crítica a tanto deseo de estar en otro lugar. No aprovechamos ni el momento ni el ahora. Nos da miedo el cambio, nos atrincheramos en lo nuestro, la tecnología nos tiene desconectados de nuestra realidad y de nuestra naturaleza.