En la historia se han dado ejemplos de mujeres admirables que se llamaban Juana. Como en la actualidad de nuestro descoyuntado mundo. A una se la ‘acusó’ de hereje endemoniada, precisamente por la Inquisición; y murió quemada viva en la plaza de Rouèn, después de defender a su país, a su rey y a su religión con valentía y firmeza.

Posteriormente, en el siglo XVI, también se acusó a Juana, Reina de Castilla, de estar totalmente ‘chiflada’; ‘loca de amor’ por su esposo y por su reino; por lo que su propio padre y su mismo hijo la condenaron a vivir el resto de sus días en unas estrechas alcobas de convento, en la ciudad de Tordesillas, hasta su muerte, cuando ya era muy anciana.

En la actualidad dolorosa del pasado verano, otra Juana de carácter recio, valiente, firme y admirable, ha decidido resistir los embates jurídicos de una nueva ‘Inquisición’ y las persecuciones de la ‘Autoridad competente’ --aunque no sean reyes ni emperadores-- para reafirmar su amor maternal a sus hijos; oponiéndose a que sean entregados a un personaje cruel y desnaturalizado --los ‘maltratadores’ han perdido su naturaleza humana, por su degeneración y sevicia-- que dice ser su padre carnal.

Como en los casos anteriores, la gente que conoce a Juana la defiende y apoya con valor y entusiasmo, porque siente en su corazón las ‘sinrazones’ de las que ha sido víctima; porque percibe en su alma los desafueros que la han llevado a una situación desesperada de madre que tiene que renunciar a sus hijos --¿Se conoce un dislate más incoherente?-- o vivir con ellos escondida para que no sean sacrificados.

En el caso de Juana de Arco, sus admiradores y adalides obligaron al Papa a revisar las acusaciones --mentiras y falsedades inventadas para condenarla-- y revisar el proceso, defendiendo los derechos y virtudes de aquella santa, que hoy es patrona de Francia.

A Juana La Loca, también sus súbditos ‘comuneros’ la hicieron homenajes de reina --postrándose delante de ella-- por encima de los despropósitos de su hijo el emperador Carlos; aunque Juana, en su humildad de reina, no se rebeló contra su hijo ni contra su propio destino.

Nunca podrán saberse ni justificarse las razones por las cuales a Juana, la heroica madre de Granada, se la ha perseguido por ser madre y se la ha condenado a entregar a sus hijos a quien provocó daño, tristeza, dolor y sufrimiento a su propia familia. Nunca se entenderán los ‘arcanos’ del Derecho que pueden convertir la aplicación de la ley en una injusticia tan flagrante como esta. Y que quizá, en el futuro, como ocurrió con las anteriores Juanas de nuestra historia, tengan que ser rectificados y enmendados, cuando ya sea tarde para todos: para la reo y para los tribunales que la condenaron. Pero, muy especialmente, para los dos niños que se vieron arrastrados a la soledad y a la tristeza de ser separados de su madre, por sinrazones que nunca entenderán.

Las leyes, dadas por los hombres, no lo explican ni lo justifican todo; por eso hay que cambiarlas frecuentemente. Pero el amor entrañable de una madre por sus hijos es muy superior, en todo caso, a cualquier disposición legal y a cualquier sentencia arbitraria.