El club de fans de Juanjo Cortés volvió a vivir el viernes una noche inolvidable. A pesar de luchar contra los elementos, --¿por qué hay personas que no respetan al artista en un escenario?--. Es una pena que conciertos gratuitos se conviertan, solo por eso, en un murmullo insoportable. Pero el cantante cacereño se sobrepuso y, tras casi dos horas de música, terminó apabullando a los ruidosos con una fenomenal propuesta por la que habría que cobrar entrada. Por menos se hace.

Con Epy Figueroa --otro lujazo--, Cortés se escapó por el lado salvaje de la vida de Lou Reed, presentó a la Roxanne de Sting y flipó con Leonard Cohen. Versiones de clásicos o, como dijo, "reversiones" de canciones que han utilizado ya otros. Dos guitarras eléctricas y una puesta en escena sin más recursos que el sonido valen para demostrar que el ecléctico Juanjo tiene cuerda para rato porque sigue buscando. Ya está preparando disco.

En su recorrido por el camino trazado por otros, el dúo voló por Janis Joplin, Nirvana o el Brasil de Caetano Veloso y Gilberto Gil. Acabó con No vuelvas a llamarme , un clásico para nostálgicos de La cena está servida, uno de los grupos de la movida cacereña en el que Juanjo creció. Y es que, por fortuna, la noche nos da regalos como el suyo.