Julio Miguel Antunes lleva 18 años en el Lisboa, un bar de Las 232 que vio en el traslado del mercado franco una salida a las dificultades económicas que atraviesan muchos bares de barrio. Con el mercadillo, el milagro llegó. Antunes, casado y padre de una niña, garantiza cada miércoles la supervivencia de su negocio. Ese día, su mujer y otro empleado le ayudan. La actividad comienza a las seis de la mañana: desayunos, tostadas, churros y boyería conforman un amplio bazar por el que pasan muchos clientes. "El mercado nos ha beneficiado y no quiero que se traslade".

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