La obesidad mórbida no es un problema, es una pesadilla. "Vas viendo como se te acaba literalmente la vida, te puede, te anula, te convierte en un anciano impedido. Los médicos me dijeron que la diabetes me mataría en pocos años, y entonces supe que debía asumir el riesgo del quirófano: o me operaba a vida o muerte, o me moría". Así lo cuenta Julia Sierra, una cacereña de 46 años que llegó a alcanzar los 135 kilos de peso con 1,54 metros de altura. Su caso no es aislado, cada vez hay más ciudadanos con sobrepeso excesivo también en Cáceres, según los profesionales, un problema que ayer saltó de nuevo a la actualidad a raíz de la denuncia interpuesta por el transportista Antonio Iglesias contra las supuestas trabas que le puso una doctora al renovar su permiso de conducir. El asegura que le discriminó por su peso.

Y es que la obesidad acarrea duras consecuencias tanto físicas como psíquicas y sociales para quien la padece. Pero tiene solución, "dura, eso sí, muy dura. La gente piensa que se trata de una cuestión estética, y lo hacemos por salud, por seguir viviendo", explica Julia Sierra. Esta vecina de Navalmoral, casada y con dos hijas, constituye el mejor ejemplo de superación y sentido común. "Sigo gordita por mi constitución, pero ahora soy una gordita feliz. Estoy estupenda, estoy viva...", afirma.

El problema de Julia, como el de tantos obesos, le ha acompañado toda la vida. "Siempre tuve 15 o 20 kilos de más, hacia una dieta tras otra. No me gusta que la gente piense que todos los que sufrimos sobrepeso comemos en exceso, existen otros problemas, enfermedades...", relata. Un día la situación comenzó a cambiar a peor. "Todo se complicó, apareció la diabetes y la hipertensión, el cuerpo no respondía a las dietas, si acaso perdía un kilo. Tenía 40 años y mi calidad de vida era ínfima", recuerda.

Ni trabajar, ni salir sola...

Julia trabaja en su empresa familiar de construcción pero poco a poco dejó de hacerlo. "Te acaba doliendo todo, los huesos se resienten muchísimo, no duermes, siempre estás cansada, siempre dependía de los demás, siempre me sentía enferma. Llegué a no poder hacer nada, ni conducir, ni salir a la calle sola...". Estaba deprimida, "es casi inevitables en estos casos"afirma. La diabetes no le daba tregua. "Me ponía una barbaridad de insulina y el azúcar seguía muy alta. Entonces los médicos me expusieron la cruda realidad, y me jugué la vida en una operación de más de siete horas. Pero desde ese día cambió absolutamente todo", afirma.

La reducción de estómago con dos bypass gástricos le ha permitido adelgazar 45 kilos. Los médicos aseguran que está en perfecto estado. "Hay jóvenes que pierden hasta 80 kilos, pero yo no soy un figurín y no voy a bajar más aunque me mate a lechugas y gimnasios. Puedo andar, trabajar... ¿qué más quiero?".

Sin embargo, el camino desde la operación ha sido largo y duro. "Empiezas a comer poco a poco, como un bebé. Durante año y medio apenas pruebas nada, todo sabe a hierro, comienzas con zumos y manzanilla...". Después llegan otras operaciones para eliminar piel y grasa, acumulaciones poco sanas para el cuerpo. Julia llegó a tener numerosos puntos y grapas con la abdominoplastia, y aún debe pasar por el quirófano. "Por eso siento mucha indignación cuando miran a un obeso por la calle y piensan que está así porque quiere. Es injusto".