La quería mucho, la quería mucho", ha repetido una y otra vez ante la policía I. G., el joven de 25 años de origen magrebí que se ha confesado autor del degollamiento de Antonia Pérez Moreno, una mujer de 37 años natural de Casar de Cáceres que el sábado por la tarde fue asesinada a manos de su excompañero sentimental, con quien había roto hacía ya seis meses. Ayer, a las 18.30 Antonia, que deja una hija de 16 años rota por el dolor y fruto de una relación anterior, fue enterrada en Casar, su localidad natal y en la que residía.

Pero I. G. --un hombre natural de Rabat que vive en Cáceres, que habla español, que tiene sus papeles en regla y se dedica a la venta ambulante--, sigue siendo esquivo ante los agentes y ayer, al cierre de esta edición, aún no había confesado los motivos que le llevaron a cometer el brutal asesinato. El subdelegado del Gobierno en Cáceres, Fernando Solís, que asistió al sepelio celebrado en la parroquia Nuestra Señora de la Asunción, de Casar, indicó que el detenido no ha pasado a disposición judicial y que el trámite no se realizará hasta que las diligencias policiales "estén bien atadas". Una vez que éstas se hayan ultimado se remitirán al juez. Solís calculó que a lo largo del día de hoy el juzgado número 2, que instruye el caso al encontrarse de guardia el sábado de los hechos, llamará a declarar al detenido.

Pese a los pocos detalles que han trascendido de la investigación policial, sí se sabe que Antonia conoció al joven y se enamoró de él. Durante tres meses estuvieron compartiendo un piso, que alquilaron precisamente en Casar, aunque la hija de la fallecida continuó residiendo en casa de su abuela materna.

Sin embargo, hace seis meses las cosas no marchaban bien entre la pareja y la relación sentimental se rompió. Fue entonces cuando, al parecer, I. G. se marchó a Marruecos. Ella pensaba que su excompañero seguía en el reino alauí, hasta que hace unos días comenzó a llamarla por teléfono. Antonia se mostraba reacia a volverle a ver y no quería contestar a sus llamadas.

SIN REGRESO Pero la tarde del sábado I. G., seguramente incapaz de asumir la ruptura, se desplazó a Casar. El magrebí llegó al número 17 de la calle La Vera, donde la mujer vivía con su hija y su madre en una vivienda de protección oficial. La convenció para que se fuera con él a tomar algo. "Necesito hablar contigo", le dijo. Ella salió de casa con lo puesto, --en vaqueros-- y no se cambió de ropa porque confiaba en regresar cuanto antes.

Lo que ocurrió después es lo que ya relató ayer este diario. La pareja tomó el coche y se vino a Cáceres. Aquí, en la ciudad, el joven había realquilado meses atrás una habitación a una familia boliviana que vivía en el 4ºB del número 90 de la avenida de Hernán Cortés. Pero el detenido tenía problemas con el inquilino principal del piso, que hacía unos días le había pedido que abandonara la vivienda al enterarse de que el joven "fumaba porros y era peligroso". I. G., según indicaron fuentes policiales, ya había encontrado otra casa donde vivir en la avenida de Cervantes y la tarde del sábado fue a Hernán Cortés con la intención de devolver las llaves y recoger sus cosas.

Las escenas dramáticas que se vivieron en el número 90 siguen estando envueltas en la especulación porque a la policía le está costando mucho trabajo recoger un testimonio coherente del detenido. Parece ser que ambos entraron en la habitación. La mujer boliviana que había realquilado el cuarto a I. G. apuntó el sábado a este diario que el muchacho llegó "muy alegre" a la casa y que en el dormitorio podría haber tenido lugar un forcejeo durante el cual el detenido habría querido arrojar por la ventana a la joven. "La hoja de la ventana estaba rota", dijo la boliviana. Sin embargo, este extremo fue desmentido por un agente de la Policía Nacional.

Cuando sucedieron los hechos en el piso --además de la pareja--, se encontraba el boliviano (inquilino principal de la casa), que asegura que no haber visto nada porque en ese momento se estaba duchando y cuando salió del baño se topó con el asesino que, con las manos llenas de sangre, gritaba: "¡La he matado!".

El cuerpo de la mujer yacía sin vida en el suelo, con los pies junto a la cama y la cabeza hacia el pasillo, según relataron testigos presenciales a EL PERIODICO, que hablaron del dantesco espectáculo que se encontraron al subir. "Había sangre por todas

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