Este fin de semana, la ciudad feliz está en su salsa. No hay una plaza libre en los restaurantes, las colas a las puertas de las discotecas miden más de un centenar de metros y en los pubs sólo se puede entrar empujando con ahínco. Es en estas noches de polvorones y cava barato cuando los mayores de 40 años descubren que ya no eres nadie si no manejas con soltura los secretos de dos destrezas: tener glamour y ser muy fashion .

Aquella ciudad alternativa de pubs canallas, noches despendoladas y vanguardias musicales se ha convertido en un balneario donde lo más excitante que te puede pasar es conseguir entrar en las discos Versus y Cameron para bailar con un chico de corbata rosa Rajoy o con una piba de escote purpúreo a los sones de lo último de Kiss FM .

Bailar en La Rosa

¿En qué curva de la intrahistoria se estrelló la modernidad del Radio Carolina, la noche canalla de Faunos, el agarrao turbador del salón La Rosa? Se puede entender que los locales cierren pronto para no molestar a los vecinos, pero no entra en la cabeza que casi no queden vestigios del Cáceres juerguista con estilo propio. Hoy, la ciudad feliz se divierte a lo centroeuropeo cada jueves con fiestas privadas en pisos y a lo neoyorkino el fin de semana, con boites de porteros reclutados en gimnasios que te dejan pasar si cumples las normas estrictas del fashion y el glamour .

Pero las noches de Cáceres no fueron siempre así de pijas y previsibles. Hace cien años, triunfaban en la ciudad feliz sociedades de baile tan perdularias como La truca y la cuca, La teta negra y El pernil de las doncellas. Y a mediados del siglo pasado, los cacereños se solazaban en salones de baile pintureros entre los que descollaban La Gallega, situado en lo alto de la calle Santa Gertrudis, el Ansandi de la calle Gallegos o el café Viena en Moret, que tenía un salón dansant en el primer piso.

Eran muy populares las fiestas en La Rosa, en los hoteles Toledo y Alvarez, en los casinos y en un local que quedaba al final de la calle Margallo y se llamaba Salón de la sal. Ya en el último tercio del siglo XX triunfarían las discotecas Faunos, Eros y Bols y después, Plató y Acuario.

En estos lugares no había preselección atendiendo a tu buena pinta o a tu pintina como sucede hoy día. Y es que entonces salías por la noche a divertirte, no a hacer cola sobre una alfombra roja rezando para que un Schwarzenager de Montijo te deje pasar a ver cómo unas camareras, que han aprendido el oficio con Bar Coyote , hacen malabarismos con las cocacolas y te hieren el ansia con el reflejo del piercing de sus ombliguillos.

Callos en el alma canalla

La ciudad feliz por la noche va camino de convertirse en una remake neoyorkina de bajo presupuesto si no fuera porque aún quedan irreductibles con callos en el alma canalla. Gracias a ellos es posible dejarse envolver por la verdad quejumbrosa de los saxofones del pub María Mandiles o beber rock e independencia en la Belle Epoque. Incluso queda sitio para mezclar la nostalgia con lo último en los conciertos del café Aldana y los domingos, doña Locura vence a doña Discreción en las fiestas de ambiente de la sala Boccaccio.

Sorprende que este nombre emblemático revolucione Cáceres en el siglo XXI. La sala Boccaccio de Barcelona, inaugurada en 1967, fue el templo de la gauche divine catalana en los años 70. En los 80, la Boccaccio madrileña era el epicentro de la movida (hoy es un club de alterne hot , o sea, prostitución de alto copete). Ahora, la Boccaccio cacereña se convierte cada domingo en el último reducto de una tradición marchosa y desorejada que comenzaba hace cien años con La teta negra.