En tiempos de Maricastaña nuestro excelentísimo (¿ y reverendísimo?) ayuntamiento se alumbraba con unas lámparas de aceite que cumplían con decencia su función, pues total para lo que había que ver. Más adelante alguien encontró una velita y se vieron obligados a utilizar una palmatoria en cuyo agujerito lucía orgullosa la velita.

Pero resulta que muy pronto comenzaron a aparecer velitas y no hubo más remedio que dotarse de un velón desde el que lucieran varias velitas. Como suele suceder en estos casos, las velitas que permanecían guardadas en los armarios sintieron envidia y se preguntaron "¿y por qué yo no?". A los pocos días instalaron un pretencioso, llamativo, glamoroso y barroco candelabro cada uno de cuyos siete o diez brazos ocupaba una velita. Finalmente se instaló la luz eléctrica que permitía una mejor y total visión de la realidad pero el candelabro continúa encendido en nuestro excelentísimo ayuntamiento porque algunos los quieren hacer compatibles pese a que luz del candelabro no proporciona ningún aumento de la visibilidad, incluso a veces distorsiona las imágenes, produce sombras ominosas y se apaga con frecuencia, pero mola mucho. Esperemos que no sea necesario hablar de cirios.