Los turistas observadores que visitan Cáceres no se sorprenden ante la visión de la parte antigua porque conjuntos monumentales de esa calidad los han visto también en otras ciudades españolas e italianas. Tampoco se quedan anonadados ante el abigarrado ambiente del paseo de Cánovas: hay cientos de ciudades españolas donde el bullicio es semejante.

Lo que de verdad deja patidifusos a los turistas críticos y analíticos es que en la ciudad feliz no haya suburbios, ni chabolismo, ni barrios periféricos verdaderamente duros. Se quedan extasiados al descubrir que en Cáceres no hay transición entre el último edificio de El Vivero y las primeras vacas pastando, entre el último chalet de Nuevo Cáceres y una piara de cerdos, entre la última edificación de La Mejostilla y el primer rebaño de ovejas.

Esta realidad, a la que estamos tan acostumbrados que no le damos importancia, es la principal característica sociológico-urbanística de Cáceres: la que la diferencia de casi todas las capitales y la que mejor resume los encantos y las características de una ciudad feliz .

VOTO SOCIALCOMUNISTA

Pero cuidado, una cosa es que no haya transición traumática y suburbial entre el campo y la ciudad y otra muy distinta que no existan en Cáceres barrios periféricos de clase obrera donde, ¡qué le vamos a hacer!, se vota a la coalición socialcomunista. Aunque eso sí, una coalición socialcomunista feliz y asimilada al estilo florentino y aterciopelado de la política cacereña.

En Cáceres, las últimas elecciones municipales han traído el triunfo de los socialistas en los barrios históricos de (permítanseme los nombres políticamente incorrectos) El Carneril, Las Minas y Pinilla. Es también en esas zonas donde Izquierda Unida supera el cinco por ciento de los votos. Pero ya se sabe, son los barrios. En la almendra esencialísima del cacereñismo felicísimo, esa Cáceres eterna que va de La Madrila a Colón y de la Cruz de los Caídos a San Juan, las fuerzas modosas de toda la vida han sacado entre 21 y 42 puntos porcentuales de ventaja al socialismo.

Sin embargo, algo ha cambiado esta vez para que esa chica casi desconocida llamada Carmen Heras haya ganado en distritos tan cacereños como los que abarcan San Blas y San Francisco y haya perdido por tan sólo nueve puntos en los barrios glamurosillos de la ciudad. Es más, hasta el diablillo barbudo Víctor Casco ha llegado al 6,5% de la plaza Mayor hacia abajo y, ¡vade retro Satanás!, ha alcanzado el 5,4% en un distrito con tanto caché como el del R-66, Peña del Cura y residenciales aledaños.

La razón de estos resultados tan apañaditos para la izquierda hay que buscarla en que también Carmen Heras y Víctor Casco han sabido adaptar sus campañas electorales a las esencias felicísimas de la ciudad. ¿O es que a alguien le dan miedo la Heras y el Casco después de verlos actuar sin estridencias, ordinarieces ni altisonancias? A veces, les quitabas las siglas, les tapabas la cara y parecía que quien hablaba era el mismísimo Saponi con su tono sosegado, paternal y de consenso.

Esta campaña ha servido, en fin, para tres cosas. Primera, para que Saponi demuestre que sigue siendo quien mejor conecta con el carácter cacereño conformista y poco ambicioso, pero encantado de vivir así y de vivir aquí. Segundo, para que Víctor Casco y Carmen Heras sean aceptados como cacereños de toda la vida, con todo lo que ello significa. Y tercero, para demostrar a quienes creían que esto era como Badajoz o Mérida que aquí no funcionan las campañas histriónicas, horteras y de mal gusto.

Y si no, que se lo digan a Antonio Población, que ha fracasado con sus estridencias y su estilo de ciudad infeliz y crispada. ¡A quién se le ocurre repartir patatera en la ciudad feliz , donde todo el mundo habla del último binomio de foie con carré de merino que sirven en Atrio!