Es martes y en el cuadrante de tareas principales del piso hoy toca hacer la compra de la semana. Pero falta medio día para eso. Ahora son las ocho de la mañana y en el número 3 de la plaza Ferdinand Montlanch, en el barrio del Espíritu Santo, los despertadores acaban de sonar.

Empieza otro día de aprendizaje para María José Colinas de 20 años, Elena Martínez de 22, Mario Barrantes de 18 y Jacinto García de 25, cuatro jóvenes con síndrome de Down que conviven en este adosado, dos semanas al mes, lejos de sus familias. Su instrucción responde al programa pionero Aprendiendo a vivir , que desarrolla la asociación de este colectivo y que trata de formar a jóvenes con síndrome de Down independientes y autónomos.

Quienes padecen esta discapacidad mental pueden realizar la mayoría de las tareas cotidianas: vestirse, ir solos al baño, moverse por la calle, hacerse la comida.... Sin embargo, generalmente, su aprendizaje de todas estas habilidades es más tardío que en el resto de las personas, agravado por otras dificultades, como la de movimiento que padecen en las manos. "Son discapacitados intelectuales y su ritmo de aprendizaje es más lento --explica la psicóloga del programa Luz Rodríguez--, pero pueden valerse por sí mismos. Quizás no para llegar a emanciparse, pero sí para ser autosuficientes". Esta iniciativa trata de demostrarlo.

El trasiego en la planta de arriba indica a David Jaraíz, el coordinador que hoy ha dormido en la casa con ellos, que los chicos están en pie. "Deben despertarse solos", explica Jaraíz. Esa sencilla operación es una de sus nuevas responsabilidades en el piso. "Nadie va ir a levantarles" y si alguno se queda dormido y no asiste a clase o al trabajo, se le castiga con lo que más le guste, como ir a nadar por ejemplo. Hoy no es el caso. Todos han sido puntuales en saltar de la cama.

La presencia de los periodistas no altera su rutina. Apenas se extrañan y continúan sus quehaceres con normalidad después de las presentaciones. Jacinto se ha puesto de punta en blanco para ir a trabajar a la Consejería de Bienestar Social como ordenanza. Ya ha hecho la cama y entra en el baño para terminar de asearse. "¿Cómo vas, Mario?", pregunta el coordinador. Mario trata de igualar los pliegues de la colcha. "Solo tienes que echar un poquito para arriba. Venga, date prisa que tienes que bajar a desayunar", le indica Jaraíz.

El desayuno

En la habitación de enfrente, Elena dobla su pijama y María José coloca la almohada. Cada una está centrada en su tarea y no hablan. "¿La ventana no se abre?", les recuerda Jaraíz como un padre espabilando a sus hijos. "Síiiiiii", contesta María José. "¿Ya te has lavado, Elena?", vuelve a preguntar Jaraíz. Elena entra en el baño e informa: "Me voy a lavar los dientes". "Y péinate", insiste el terapeuta.

María José y Jacinto están listos. Su ritmo es más acelerado y se ve que dominan mejor la rutina. Bajan a la cocina a desayunar. Solos, buscan en el frigorífico la leche desnatada, la mantequilla light y la mermelada de fresa. Del armario sacan el pan de molde integral, las galletas maría y el cola-cao . Jacinto canturrea. "¿Hay café?", pregunta. "No", niega ella. Preparan las tostadas, calientan la leche en el microondas y se sientan a compartir la primera comida del día.

Ya más despiertos, hablan. "¿Hoy es miércoles?", pregunta Jacinto mientras unta su tostada. "Sí, ¿vas a ver a Adela?", responde ella. "Sí", dice él, que no acaba de estar convencido del día y termina por sacar de su cartera un calendario. "¡Hoy es martes!", le corrige. "Esta noche juegan el Bar§a y el Liverpool" le informa y añade algo sobre el Madrid, parece que para picarla. Resulta que él es azulgrana y ella merengue . Bromean entre sorbos de cacao y mordiscos de pan.

Mario se incorpora al desayuno. Se prepara su cola-cao y unas rebanadas de pan. Más callado pero muy sonriente, se sienta y come en el otro extremo de la mesa. Elena es la última. Busca la leche, pero le cuesta encontrarla. Jacinto y María José la ayudan. "En la nevera, Elena. Arriba, Elena", le indica María José. Siguen bromeando y se ríen. "El cola-cao es bueno para los músculos", apostilla Elena.

El coordinador mete prisa. "Jacinto, a menos cinco tienes que estar en la parada, no te lo repito". "Vaaale", le dice Jacinto. Se levanta y se despide. "Luego vengo, Elena, ¿vale?". María José lava en el fregadero su taza y el plato. David Jaraíz regaña a Mario: "¿Cómo te estás comiendo las tostadas? ¿El pan se pone sobre la mesa?". Mario se ríe pero se levanta a por un plato.

Educación de los padres

"Hemos llegado a un nivel en el que casi no hay que recordarles nada. Saben lo que tienen que hacer pero tenemos que insistirles", explica el coordinador. "Están mal acostumbrados porque en su casa se lo hacen todo", añade. De hecho, el programa de la asociación también incluye la reeducación de los padres para que cuando los jóvenes vuelvan a su casa, continúen realizando las mismas tareas.

Jacinto sale para ir a trabajar. Conversa sin parar hasta la parada del autobús. "Elena y yo somos novios... desde hace cuatro años", confiesa mostrando su móvil donde guarda las fotos de ella. ¿Te gusta vivir en el piso?

“Mucho. Está Elena. Lo paso bien con los compañeros”, dice sacando el reloj del bolsillo para controlar la hora. “Está roto –muestra la correa desenganchada –, el viernes lo llevo a arreglar”. ¿Te sientes diferente a los demás, a mi? Calla, parece no entender la pregunta, pero sí, contesta: “No... ¿por qué?”. Monta en el autobús y se marcha. En el piso, María José ve la tele y espera a que los otros terminen de colocar la cocina. Parlotea y apenas presta atención al televisor. “¿Tú qué eres?”, pregunta. Periodista. “Yo pinto. En mi casa tengo muchos cuadros. David tiene uno mío. También hago gimnasia rítmica y monto a caballo. Soy de Venezuela, mi mamá también es de allí y tengo muchos primos. Yo volví cuando se murió mi abuelo”. Casi de carrerilla ofrece un mapa de su joven biografía. ¿Te gusta estar aquí? “Me divierto conmis amigos, está bien”.Los tres terminan. Abandonanla casa, Mario cargado con la basurapara dejarla en el contenedor,y se dirigen al centro ocupacionalde la asociación, a pocosmetros, para ir a clase. Aquí seles enseña, por ejemplo, a manejarel dinero, técnicas de encuadernacióny fotocopias –la asociacióngestiona la reprografíade centros universitarios con vistasa una salida laboral–. Hoy laasignatura es el cuerpo humano.Manolete, un muñeco de plásticocon los órganos extraíbles,les ayuda a recordar dónde estála vejiga, por dónde sale la comidao para qué sirve el corazón.La tarde comienza en el agua.Natación en la Ciudad Deportiva.A las seis y media, regresan acasa unos minutos. Tienden losbañadores y las toallas húmedasy vuelven otra vez a salir. AnaMartín, otra coordinadora del proyecto, y Luz Rodríguez, la psicóloga, les esperan para acompañarles a la compra. Elenallevará el dinero, un billetede 50 euros. “Tienes que tenercuidado”, le advierte Martín.La compraLa noche antes elaboraron la listacon todo lo que necesitan parala semana y la llevan en dostrozos de papel cuadriculado: enuno, maíz, zanahoria, pan bimbo,bizcochos..., y en otro, leche,huevos, palitos de cangrejo...Llueve. Hay que esperar elautobús que va al centro comercialRuta de la Plata. “¿Quéautobús tenemos que coger?”,invita a hacer memoria la coordinadora.Ninguno contesta a laprimera. Insiste. Al final esMaría José quien dice: “El siete”.Charlan. El cumpleaños deMario es dentro de unos días.“¿Me vas a invitar?”, le preguntaElena mientras abre la boca enun bostezo. “Anoche os fuisteistarde a la cama, ¿a que sí?”, lesregaña Martín. “Estuvimos viendoMira quién baila. Jacinto yyo bailamos un tango”, cuentaMaría José. Jacinto quiere mostrarcómo e inicia el movimientodel baile. “En la calle no sebaila”, le corta la coordinadora.Llega el autobús. Suben loscuatro chicos seguidos por suscuidadoras y los dos periodistas convertidos en compañeros deun día. Los otros viajeros echanalguna mirada curiosa. Elena sequeda rezagada y el resto ocupalos asientos traseros. “Si gana elBarça esta noche me voy abañar a la Fuente Luminosa”,planea Jacinto. Siempre es elmás hablador. Mario solo ríe.“Quiero casarme, ¿sabes?, dentrode unos años. Mi madre noquiere, pero yo sí. Y tener hijos”,sigue contando Jacinto.Con su conversación y sus bromas,el viaje parece más corto.La expedición llega al centro comercial.Acarrean las cestas yempiezan el recorrido en Eroski.“A ver, ¿qué necesitamos?”, preguntala coordinadora. Revisanla lista. “Leche”. “Leed los cartelesa ver dónde está”. Se adelantany rebuscan entre los pasillos.Encuentran zumo en el camino,que no es leche pero tambiénestá en la lista. “¿Cuánto cuesta?”.“67 euros”. “¿67 euros?”,duda Ana Martín. “Céntimos”,rectifica María José. “¿Es caro obarato?”. “Barato”.Producto a producto, llenan lacesta. Comparan precios, tamañosy repasan una y otra vezla lista. “Les cuesta más que aotras personas leer o quedarsecon las cosas, pero pueden hacerlo”,explica Luz Rodríguez.Ajenos a las miradas que despiertan,pesan los tomates, loskiwis, a Jacinto se le enreda lalengua cuando tiene que pedirla trucha asalmonada, pero al finalacarrean con todo lo necesario.“Toma la vuelta”, le dice lacajera a Elena. Ella recoge el dinerocon parsimonia mientras elresto distribuye la compra enmedia docena de bolsas.De nuevo al autobús. Aún quedala cena, revuelto de espinacas.Un poco de tele y a la cama.Mañana será otro día. La lección del miércoles: sexualidad.