-Usted es profesora coreógrafa invitada en la Academia de Danza de Arhem, ArtEZ de Holanda, donde se graduó, y en el Cairo Contemporany Dance Center de Egipto. Aún hoy sigue formándose. ¿Por qué baila?

-Bailo porque no entiendo mi vida sin la danza y porque lo necesito para mi día a día, lo necesito para crear, para expresarme, para comunicarme, para sentir, para conectar conmigo misma... Y sigo formándome porque es una profesión que no tiene fin.

-Ha trabajado en Holanda durante 17 años. ¿Cómo valoran el trabajo de la danza en ese país y cómo lo valoran en España?

-En Holanda hay mucha conciencia no solamente de la danza sino del arte. No es mero entretenimiento sino que se entiende como una profesión. Ser bailarín en Holanda no es un hobby nada más. Aquí es complicado porque nos consideramos profesionales pero tenemos un sistema que no entiende de eso.

-Hace cuatro años creó la Fundación Arte Social con base en Amsterdam. ¿La danza es solo una afición para las élites?

-Si una entrada vale 60 euros, la danza será solo para las élites, por eso hay que democratizar el arte. Hay más formas de llevar la danza a un escenario, no solo a los grandes teatros, que está muy bien. Y creo que nuestra responsabilidad como artistas y como intérpretes es acercar la danza a todo el mundo. Me encanta trabajar con bailarines profesionales, por supuesto, pero también me gusta que el resto tenga esa experiencia de qué es moverse.

-Usted ha indagado en el llamado Critical Response Method (respuesta critica), una disciplina que aplica en sus clases de danza , en sus talleres o en sus creaciones. Es una nueva forma de acercar el feedback a la danza y los procesos creativos. ¿Puede detallar en qué consiste?

-Es una manera de entablar un diálogo con el artista, algo de lo que hay carencia; vamos al teatro, damos una opinión y no existe un feedback directo con el intérprete. Se trata de lo contrario.

-Hoy clausura en Badajoz un taller intensivo de improvisación y composición donde saca a la luz las múltiples conexiones que se producen entre los cuerpos en movimiento dentro de un grupo... ¿Cómo nos comunicamos con otros cuerpos activando la consciencia sensorial?

-A través de miradas, a través de gestos, a través de un abrazo, a través de meterte algo en la boca y disfrutarlo...

-¿Y cómo se mueve el cuerpo cuando no tiene la palabra para comunicarse?

-Se mueve y dice muchísimo...

-¿Las papilas gustativas también activan el movimiento?

-Totalmente. No es lo mismo probar un limón que un trozo de chocolate. Y sobre todo, qué imágenes evoca ese limón, con qué lo asociamos y cómo lo transformamos en movimiento.

-Es lindo eso, eh...

-Es que es así. Me encanta trabajar desde la imaginación por muchos motivos, porque te da múltiples y diferentes calidades de movimientos y porque la imaginación la tenemos todos, es algo que está ahí, lo que pasa es que no la trabajamos. Hablamos de lo que vemos, pero no de lo que nos imaginamos.

-Otro aspecto de este curso es que a través de la danza conectamos con los demás y se construye un ambiente de confianza y respeto...

-Eso es muy importante. En mis sesiones tanto con profesionales como con el resto, el respeto es regla número uno, y... número dos, seguridad. Todos estamos en la misma sesión y no juzgamos ni somos juzgados por lo que estamos haciendo. Es algo muy de dentro.

-Precisamente, un actor extremeño me comentaba que hace poco acudió a un taller de danza semejante a los que usted pone en práctica. Calificó de «alucinante» cómo durante la sesión notó su cuerpo y el de sus compañeros en perfecto equilibrio, de pie, en el suelo, dando vueltas, girando, saltando, tocándose... Aseguró que fue una experiencia armónica, liberadora y desestresante...

-Cuánta razón... Es que es una experiencia, y es liberadora. Es verte, sentirte a través del movimiento, no de la estética del movimiento sino de esa acción de moverte para poder expresar lo que uno siente, lo que no siente, lo que quiere decir... Es todo un abanico de emociones.

-Los profesionales no dan hoy abasto para atender a ansiosos, sufridores de eso que no es exactamente el cuerpo y que, como no sabemos cómo llamar, llamamos espíritu. Nos come la ansiedad... ¿Usted la cura?

-No. Yo no soy médico, yo soy bailarina y coreógrafa. Lo que sí es verdad que el sistema y la sociedad están promoviendo un estado permanente de ansiedad en el ser humano. Por eso haría una llamada a los doctores: quizá deberían recetar más danza, más movimiento, para que la gente estuviera en contacto consigo misma y con su cuerpo. Por tantos años que llevo dando clase de danza, no sé si cura, pero ayuda.

-La danza malvive, ¿por qué hay tan pocos escenarios para el baile en este país?

-Escenarios y lugares hay, lo que tengo mis dudas es de si se quieren abrir las puertas a la danza. En Badajoz tenemos el Festival de Teatro y Danza Contemporánea, que es una bonita propuesta, pero me pregunto, ¿y durante el resto del año? Sería precioso que se pudiera abrir el teatro tres días a la semana, por las mañanas, para que bailarines pudieran montar allí sus piezas.

-’El Corsario’ está otra vez en el candelero, y hasta Madrid, que es una de las peores capitales europeas para la programación de danza, ha tenido dos Corsarios: la temporada pasada el del English National Ballet y ahora la versión de Viena en el Real. ¿El ballet es también víctima de la moda y las corrientes?

-Creo que se trata de educar. Igual que hemos educado en ver ballet clásico, también podemos educar en ir a ver danza contemporánea. ¿Pero están los teatros dispuestos a recibir compañías de danza contemporánea y por qué no se programan igual que un clásico? El clásico y el contemporáneo no están reñidos, al revés; uno viene del otro, es una evolución, un desarrollo.

-¿Cuánto queda para que, como dijo el crítico Clive Barnes, fuera se considere que España no es sólo hogar del flamenco?

-Espero que quede poco. Espero que todos esos que nos hemos ido fuera volvamos y todos los que estamos aquí tengamos las herramientas para lograrlo. Acabo de regresar a España, he visto que algo está cambiando, he dicho: «guau, cuántos profesionales».

-La primera función de los Ballets Rusos en España, el 26 de mayo de 1916 en el Teatro Real de Madrid, fue el inicio de una relación de fascinación mutua entre nuestro país y Serge Diaghilev, cuya estela es esencial en la historia del arte universal. ¿No le parece incomprensible que ese centenario no se celebrara en España?

-Ese, como tantos... Es vergonzoso, esa es la palabra. Siento vergüenza. Hoy no hay compañía internacional que no tenga bailarín español en su elenco. Y digo, qué lástima que no cuidemos a esos bailarines aquí en España, qué vergüenza que Teresa Nieto haya cerrado su compañía hace nada, qué vergüenza que tengan que irse, ir y venir...

-Y fíjese en otros ejemplos, el Ballet Nacional de Cuba, bajo la advocación de su nonagenaria inspiradora, Alicia Alonso, que ha creado una escuela, una compañía, una tradición… Durante toda su vida ha ayudado a la formación de bailarines, maestros y coreógrafos. ¿Por qué esto no pasa en Extremadura, por ejemplo?

-Cuando hay muchas Alicia Alonso en Extremadura. Conozco dos grandes del ballet clásico en el extranjero, Óscar Alonso y Miguel Collado. En Extremadura necesitamos un conservatorio de danza. Cuando los alumnos terminan con 17 o 18 años, ¿qué hacemos con ellos aquí? Si tienes unos padres que te motivan, que te guían, que creen en la danza como profesión te animarán a que vayas a Madrid o a Sevilla, pero si no, ¿qué, cambias de profesión? Y eso es horrible, ir en contra de eso que llevas dentro y no hacerlo es una tragedia.

-Quizá por eso todos ustedes, los que quieren dedicarse a la danza, están fuera...

-Es que no hay otra salida. ¿Cuando terminas en el conservatorio, qué haces, audiciones, si apenas hay audiciones?

-Ahora que comenta esto me viene a cabeza el caso del Ballet Nacional de Sodre de Uruguay, que desde hace seis años dirige Julio Bocca, el argentino que ha dado la vuelta a su compañía hasta convertirla en una referencia de la danza en Iberoamérica, y todo gracias al repertorio y a los jóvenes...

-Claro, es que el potencial de jóvenes que tenemos en Extremadura es tan bonito que da pena ver cuántos de ellos quieren bailar. Cuando los profesores se dan cuenta del talento que tienen y quieren apoyarlos se preguntan, ¿dónde, cómo lo hacemos?

-La crisis también ha afectado a la danza. ¿Pero no piensa que gracias a ella el baile, de algún manera, se ha reinventado y debido a la situación económica han surgido proyectos más personales, de pequeños formatos?

-Claro. He estado bailando 15 años en compañías pequeñas, proyectos que hay que apoyar. No todo son las grandes. Y necesitamos esos proyectos porque también es una elección: yo me presento a la Compañía Nacional o me presento a este proyecto pequeño de tres meses que es una residencia artística. En Holanda, por ejemplo, se da vida a esas iniciativas para que los jóvenes adquieran la experiencia como creadores y como intérpretes.

-Detrás de las cifras siempre hay personas. Y se estima que durante esta década han emigrado más de dos millones de españoles, 700.000 de ellos jóvenes. ¿Qué ha pasado en este país?

-No lo sé, acabo de llegar a España pero hay una cosa que se llama títulos y sigo creyendo que somos todavía un país de titulitis donde te preguntan: ¿con quién has bailado? Pero si yo lo que quiero es bailar, tener experiencia... La gente cuestiona mucho aquí la falta de experiencia. ¿Pero cómo vas a tener experiencia si no me das la posibilidad? Y después hay otra gran palabra: confianza. Hay que confiar en esos jóvenes. Pero para confiar hay que darles la oportunidad.

-Usted es una de esas emigrantes, ¿qué ha aprendido de países tan antagónicos como Egipto y Holanda?

-En el mundo de la danza he aprendido que cuando uno es profesional lo es en Egipto, en Holanda o en España, eso por un lado. En el caso de Holanda, se trata de un país muy avanzado porque se invierte con dinero, no solo con palabras. Ven que la danza es un recurso más de la sociedad, que trae dinero. De El Cairo he aprendido que hay que luchar hasta la saciedad, la constancia, la disciplina, la pasión: los egipcios son pura pasión.

-Hablábamos de Alicia Alonso, a la que se deben frases como esta: «Yo ya no bailo físicamente en escena pero sigo bailando en mi cabeza. Todavía acaricio las zapatillas de punta. Me las pongo, para susto de todos, y las acaricio...», ¿qué tiene la danza que tanto atrapa?

-Nunca dejas de ser bailarín. Lo llevas dentro y el cuerpo tiene memoria. No olvidas eso. La danza conecta, te emociona y te lleva a lugares maravillosos que otras cosas de esta sociedad de hoy en día no te llevan.

-Actualmente en los espectáculos vemos muchos giros, saltos, extensiones de piernas, movimientos casi circenses, ¿no cree que conviene volver la vista a la forma antigua de bailar?

-Depende de cada bailarín, de cada intérprete. Hay cuerpos que son ya de clásico, y hay otros que empiezan con clásico y luego se dan cuenta de que no es lo suyo. No hay que volver sino más bien no olvidarnos de que hay ciertas técnicas que ayudan a mantenerte como bailarín.

-¿Entonces la danza puede convivir con la llamada Danza Urbana, el hip hop sin ir más lejos?

-Totalmente. Y de hecho, por ejemplo, el Ballet Nacional Holandés (Het Nationale Ballet) en los últimos dos años ha incorporado producciones con hip hop y break dance. Es que se necesita, es que no nos podemos olvidar de lo que hay aquí, en la calle.

-Y para terminar, usted es de Badajoz. ¿Qué proyectos tiene ahora. Se ve regresando a esta orilla del Guadiana?

-Estoy en Madrid, pero con un pie en El Cairo y el otro en Arhem (Holanda). En El Cairo empiezo ahora ensayos para una adaptación inspirada en La Casa de Bernarda Alba, de Lorca, que creo que va a ser muy bonita y que se va a titular ‘Las Bernardas’. En Holanda, en la escuela donde estudié y trabajé, voy a montar una pieza con los bailarines del primer año. ¿Volver a Badajoz? Me encantaría. Este es el lugar donde se encienden todos mis sensores. Es complicado o... podemos abrir aquí la Compañía de Danza Contemporánea de Badajoz; estaría genial.