La meteorología puede ser adversa, pero el cazador ha de ir a la caza caigan rayos y centellas. El fin de semana estuvo pasado por agua, más que nada el domingo, de modo que este, su seguro servidor, decidió pasar la jornada dominguera en el rincón de su soledad doméstica, en vez de estar en el monte plantando cara a los elementos. Entonces ¿no ha habido pasos y paisajes?

Bueno, más despacio. Decía Lezama Lima, que no salió casi nunca de su casa en la calle Trocadero, que había fascinantes viajes desde el comedor a la cocina. ¡Y tremenda obra la que produjo aquel genial habanero, sin apenas pisar la calle!

Lo que ha habido es la lectura de un libro esperadísimo, y muy especial. Porque es obra de un buen amigo y diré de él lo que me venga en gana, a sabiendas de que me dirán que, claro, como es de un amigo- ya se sabe.

Magnífico, entrañable, entretenido, muy bien redactado, cordial, testimonial, riguroso, y así una buena retahíla de adjetivos laudatorios como de aquí a Lima. ¿Qué voy a decir, si trata del campo, la caza, los recuerdos de antaño y en definitiva de cosas que son las que constituyen prácticamente mi particular historia personal?

El libro se llama Las solanas de Palenque y el autor, V. G. M., amigo mío y sanseacabó. Si tienen ustedes ocasión de leerlo, no se lo pierdan; ahora bien, urbanitas, ecolatristas y todos aquellos que no sepan que su espíritu está forjado por una infancia campestre, llena de animalitos de todo tipo y por las infinitas plantas que nuestra madre naturaleza hace crecer de continuo en esos campos del entorno cacereño, no se anden molestando ni en echarle una ojeada.

El libro consta de cuatro definidas partes. ¿Pasó usted su infancia y adolescencia en una casa de campo, con sus padres y hermanos, y con otras familias de gentes que trabajaban en las labores agropecuarias? Le repito que no se pierda esta primera parte. Yo, al leerla, sentí que recobraba el tiempo perdido. ¡Exacto! La rechªrche du temps perdu , de Marcel Proust, efectivamente. Todo lo que diga de la cordialidad teñida de melancolía que me ha procurado la lectura del primer capítulo del libro, es poco.

La segunda en una amenísima colección de historias breves, que los amigos de V. G. M., cazadores en su mayoría, le han contado a él y que tratan, claro está, de peripecias cinegéticas de todo tipo. Muchos de los narradores, o contadores, son muy conocidos en los ambientes monteros y de caza menor de nuestra patria cacereña.

La tercera parte trata de un escenario, sancta sanctorum, de los cazadores de mayor: La Sierra de San Pedro. Y no digo más, que con sólo el nombre, ya es suficiente para suscitar el interés de los amantes de tan especialísima geografía.

Y la cuarta es la experiencia montera de mi amigo V. G. M. Descripción y narración de un considerable número de lances de caza y los escenarios donde se produjeron. ¡Qué les digo!... en el nivel coloquial, y con permiso, ¡una gozada!

Al fin y a la postre, amigo mío, has escrito lo que muchos de nosotros quisiéramos haber escrito hace tiempo. Yo bien sé lo muchísimo que ha disfrutado tu ánimo cuando has visto a ese nuevo hijo tuyo en tus manos. Y me alegro por ti, y por toda tu familia; y además todos, los de ayer, que ya no están con nosotros, y los de hoy, que disfrutamos con tu obra, te damos las gracias. Como siempre, un fuerte abrazo.