Ayer se ha celebrado la Fiesta del Corpus Christi con sus procesiones en la calle tras el Pan Eucarístico y con el colorido propio que le dan los niños vestidos de Primera Comunión. Con este motivo Cáritas ha lanzado un lema: «Llamados a ser comunidad»: comunión con Dios y comunión con todos los seres humanos. Se trata, dice esta institución de «aprender a vivir en común en la misma casa, en la Tierra común que nos acoge a todos. Todas las personas, de un lugar u otro, tenemos los mismos derechos. La paz, la justicia y la dignidad humana nos pertenecen a todos los seres humanos por igual».

El clima social que hoy envuelve nuestro mundo no sintoniza con estas proclamas. Basta recordar los distintos nacionalismos excluyentes que van resurgiendo, las vallas con sus concertinas, los muros que se quieren levantar en las fronteras o las barreras de todo tipo que se están dando para la acogida de tantas personas que huyen de la guerra. Si miramos a nuestro país las cosas no son muy diferentes: se va quebrándose cada vez más aquello de la solidaridad interterritorial de la que hablábamos tanto hace cuarenta años y, al tiempo que la economía, en términos de PIB, va creciendo, hay en regiones como la nuestra donde escuchar que estamos saliendo de la crisis suena a cuento de hadas.

El cartel de la campaña de Cáritas es suficientemente expresivo. En la esfera del mundo todos los continentes están cubiertos por una masa innumerable de personas que, al menos, aparentemente son iguales. Se nos invita a vivir la justicia con toda la comunidad humana que es, a la vez, una y plural. Ello solo es posible si se cultiva la actitud de acogida y el intercambio enriquecedor entre unos y otros, dejando atrás los miedos que sólo nos llevan a ver riesgos y peligros cuando nos encontramos con quienes son distintos a nosotros.

Refiriéndose también a esta campaña los obispos españoles de la comisión de Pastoral Social nos invitan a cultivar una espiritualidad de ojos abiertos, una mística buscadora de rostros, al estilo de Jesús, que se adelanta a ver el rostro de los oprimidos, sale al encuentro de los que sufren y es buena noticia para los pobres.