Vivir en el barrio de La Cañada tiene muchas ventajas, ¡claro que las tiene! Vivir en una zona residencial es algo que fomenta la convivencia entre vecinos, te permite más espacio vital que en las atiborradas y azules calles del centro, te obliga a ser menos urbano (vives en el campo) y te cuesta más barato (¡mucho más barato!) que al fin y al cabo, es la única razón por la que la gente decide comprarse una vivienda en el ´quintopimiento´ y depender del coche toda la vida (¡ya verás cuando tus hijos se hagan mayores y tengas que ir a recogerlos por la noche!) Pero, sin duda, pone de manifiesto un necesario acuerdo de mínimos a la hora de conceder permisos, otorgar licencias o aprobar proyectos. Creo que hace falta un libro de estilo de nuevos residenciales que no obliguen a quien lo ocupa a sentirse poco menos que desprotegido. La Cañada es un ejemplo de ello. Los primeros vecinos entraron aquí en septiembre del año 2001. A estas alturas no es la primera urbanización que nace en la ciudad y parece poco creíble que nadie haya caído en la cuenta de que hace falta un seguimiento exhaustivo de la obra, de los materiales, del diseño de calles, accesos, rampas, señales, alcorques, columpios, iluminación...

Con menos de dos años de vida, los cacereños que vivimos en esta zona de La Cañada llamamos la atención sobre cuestiones que el ayuntamiento ha resuelto hasta el momento: desde los juegos infantiles sin homologar, malos accesos, falta de comunicación con el resto de la ciudad, hasta el nulo equipamiento deportivo o escasa vigilancia (con los chalés llegaron los perros y sus excrementos). Si a nosotros nos vendieron casas que dejan mucho que desear, al ayuntamiento le han entregado una urbanización que no debe pasar la ITV. Y eso es porque los deberes no están hechos.