No podemos decir que a lo largo de la historia, la relación fe-ciencia, o religión-ciencia, haya sido una relación bien avenida; más bien todo lo contrario diría yo.

No sabía que el Vaticano tuviera un Observatorio Astronómico, pues sí, lo tiene. Este observatorio celebró del 9 al 12 de mayo pasados, un encuentro internacional en Castelgandolfo, con el siguiente lema tan poco piadoso ‘Agujeros negros, ondas gravitacionales y la peculiaridad del espacio-tiempo’. ¿Qué os parece? En el encuentro participaron gente de altura, hasta algún premio Nobel. Las jornadas de estudio homenajeaban a un sacerdote católico belga considerado como uno de los padres de la teoría del Big Bang, sobre el origen del universo.

El Papa Francisco en la audiencia que concedió a los participantes, los invitó a evitar todo aquello que ponga freno a la buena relación ciencia-fe. Como siempre el papa abriendo caminos, la iglesia en salida también hacia las periferias del conocimiento humano, donde se «puede vivir una experiencia auténtica del Señor, capaz de colmar nuestro corazón».

Los animaba a «desde una neta distinción de los campos de actuación de la ciencia y la teología, tratar de evitar los cortocircuitos que son nocivos para ambas». Es claramente una llamada, a que desde las posturas de cada uno ser capaces de caminar en la misma dirección.

La labor de los científicos creyentes, no es demostrar la existencia de Dios, «no es el final al que llegamos por medio de nuestra ciencia, sino que es algo que asumimos en el comienzo de nuestro saber» que es bien distinto.

La mundialmente reconocida por su rigor intelectual revista Nature, ha publicado en los últimos días un editorial que pone a las claras la dificultad de esta relación. Con este sugerente título ‘Mantener las puertas abiertas al diálogo constructivo entre la religión y la ciencia’, la revista valora muy positivamente todo lo que el Papa manifiesta sobre la necesidad del cuidado de la naturaleza en su encíclica ‘Laudato sí’. Pero, a su vez, se atreve a pedir a Francisco que revise la posición a su juicio «teológicamente discutible» sobre la visión de la Iglesia sobre el embrión humano y «que está dificultando la investigación sobre las células madre».

La dificultad está ahí, no hay que negarla, pero lo que no puede hacerse es cerrar puertas que impidan el trabajo y el diálogo entre las partes.