Veintisiete años después retrocede su memoria desde los cómodos asientos del Gran Café de Cáceres, donde se desarrolla esta entrevista, hasta las puertas del cine club de la Casa Sindical en la que se fraguaron tantos anhelos de libertad.

La memoria no falla y también se remonta a las páginas del libro de versos de Rafael Alberti o al disco Cuadrofenia , de la banda inglesa The Who, que la censura de la época comparó con el mismísimo diablo porque en su portada aparecían unas chicas desnudas, a las que el censor se encargó de dibujarles ropa interior antes de que el trabajo se pusiera a la venta en España.

En Cáceres no se proyectaba Novecento , del genial Bernardo Bertolucci, y había que huir a Francia para saciar aquel irreprimible deseo. Pedro Barco Corbacho creció en el seno de una familia donde nunca se hablaba de política, pero su juventud estuvo marcada por el Partido Comunista y por ese anhelo de libertad y democracia que, como él, sentían tantos cacereños de la Transición.

Sus padres vivían en la calle Muñoz Chaves y regentaban una conocida joyería que había en San Juan, al lado de la cafetería Lux. La vida transcurría "en medio de esa mayoría silenciosa que por desconocimiento o por el miedo a la guerra civil, que era muy grande, no se manifestaba contra el régimen".

Su llegada a la universidad fue, sin embargo, determinante. Aquel estudiante de la primera promoción de Filología Hispánica, hoy casado y profesor del intituto Agora, ingresó en 1974 y sin demasiados preámbulos en la Junta Democrática, primero, y un año después, en el PCE.

La facultad era un trampolín para llegar a organizaciones antifranquistas. El deseo de crear la universidad y el ocaso de Franco fomentaron un movimiento estudiantil que en Cáceres tuvo una fuerte representación.

EL MIEDO

"La censura era cutre, surrealista y ridícula. Prohibía libros, películas... Cuando viajabas a Francia, Holanda o a cualquier otro país europeo captabas enseguida esa falta de libertades que existía".

De sus 24 años no le quedan recuerdos de "nostalgia de la aventura, sino más bien una sensación de miedo y de peligro. No era una broma posicionarse contra el régimen". En septiembre del 75, tras los últimos fusilamientos de Madrid, Barco fue detenido y pasó un par de noches en comisaría. Habían aparecido pintadas en Colón y General Yagüe. Una noche, fue fichado por la policía y le acusaron, "aunque, curiosamente, no tuve nada que ver con aquello".

Pero la universidad no era el único escenario para compartir ideales. Siempre quedaba la diversión en el Astoria, el Danubio, El reloj, Jaype o Faunos, "que abría hasta las cuatro o las cinco". La sensación de libertad llegó el día que legalizaron el PCE y alcanzó su culminación en las primeras elecciones. Han pasado 27 años y queda una satisfacción: "Haber participado y haber luchado por algo que me parecía justo: vivir en un país más normal".