En la ciudad feliz no hay grandes astilleros, ni poderosas industrias de automóviles, ni una gran factoría siderúrgica. En la ciudad feliz , la única gran tragedia laboral sería que quebrara el Múltiples o que cerraran sus 41 centros educativos.

Si en Extremadura uno de cada cuatro trabajadores y uno de cada 13 habitantes son funcionarios públicos, en Cáceres, esa media se multiplica. No hay más que visitar algunos polígonos industriales cacereños para hacerse una idea de nuestra realidad fabril.

El de la charca Musia da vergüenza, el del llamado polígono ganadero es un pitorreo (conviven las explotaciones de cabras con la naves de empresas constructoras y los almacenes de hierro) y el de Capellanías se ha quedado pequeño y hay más lonjas de venta que fábricas.

Esto no es Cádiz

Con tal estructura económica, se entiende que el cierre de una de las tres industrias emblemáticas de Cáceres esté pasando desapercibido, sin que la ciudad entera se eche a la calle como sucedería en Valencia si cerraran la Ford o sucede en Cádiz cada vez que sus astilleros se ven amenazados.

La ciudad feliz está desmovilizada. El comercio se renueva, los servicios dan empleo y el funcionariado tiene siempre el horizonte despejado. Así es difícil hablar de solidaridad, de hoy por ti mañana por mí... Porque la mayor parte de la población sabe perfectamente que ese mañana por mí es casi una entelequia.

Sin embargo, no siempre fue así. A finales del siglo XIX, gran parte de los 16.000 habitantes de Cáceres dependían de las labores agrícolas y de la climatología, por lo que en años de sequía y malas cosechas, había poco trabajo. Esto provocaba graves disturbios sociales como los de 1898, cuando los tumultos obreros llevaron a la declaración del estado de guerra en mayo.

En aquella Cáceres de trabajadores solidarios ante la carestía y el paro, la tensión volvió a explotar en 1918, cuando una huelga de mineros, que se manifestaron al grito de pan y trabajo, y un motín de mujeres hartas de penurias desbordaron a la Guardia Civil y hubo que recurrir al ejército, traer un destacamento de guardias de asalto y declarar de nuevo el estado de guerra.

Pero el débil tejido industrial de Cáceres ha acabado con su movimiento obrero. En la ciudad feliz , sólo ha habido una gran crisis laboral en 1959, cuando se cierran los 25 pozos de Aldea Moret y 519 mineros empezaron a pasar los lunes al sol . No ha habido otra crisis tan grave hasta este cierre anunciado de la Waechtersbach.

Cáceres no conoció cierto despegue industrial hasta el año 1970, cuando la inauguración del polígono de Capellanías y los incentivos a las empresas atrajeron dos industrias importantes: Catelsa y Waechtersbach. La primera se dedica al caucho industrial, pertenece al grupo francés Hutchinson y empezó con 45 trabajadores hasta llegar a tener más de 300, cifra de empleados que ronda la otra gran empresa cacereña: Induyco.

Waechtersbach sería la tercera en importancia. Fue creada en 1831 en el pueblecito alemán del mismo nombre por los príncipes de Essenburg. Llegó a Cáceres a principios de los 70 de la mano de Tomás Cano y alcanzó los 160 empleados, 40 de ellos, discapacitados.

Pero la alta carga social de algunos salarios, ciertos aires de grandeza (llegó a tener una tienda exclusiva en Manhattan), la falta de innovación tecnológica y la competencia coreana y china emponzoñaron la situación.

Se retiraron los príncipes alemanes, Tomás Cano y otros directivos no quisieron quedarse con la fábrica, se sucedieron los gerentes inoperantes y el resultado es que 90 cacereños perderán su empleo mientras la ciudad feliz lamenta lo fútil, que ya no se podrán comprar tazas baratas defectuosas en la tienda de Capellanías.