Francisco G. R. acumula basura en su casa hace aproximadamente 15 años. Los vecinos aseguran que fue desde que su mujer abandonó el hogar: «Hay que ver que ella era buena, cómo lo limpiaba, cómo lo cuidaba, le hacía la comida, estaba pendiente de él. Lo quería muchísimo... Nunca he visto a alguien que amara más... pero se cansó y se marchó, y no ha vuelto a aparecer por aquí». Desde entonces Francisco vive rodeado de basura, que recoge de modo compulsivo. «Por las noches va y viene de los contenedores, llega cargado de bolsas. Y todas las apila en la vivienda», en este infierno de olor nauseabundo y de cacharros que conviven con decenas de gatos y perros.

La conducta de Francisco es un trastorno de comportamiento llamado síndrome de Diógenes que afecta, por lo general, a personas de avanzada edad que viven solas. Se caracteriza por el abandono personal y social, el aislamiento voluntario en el hogar y la acumulación en él de grandes cantidades de desperdicios. Francisco nació en 1946 y hoy, mientras la empresa Segmento, limpiadora de dramas, retira una montaña, él rebusca entre las bolsas. «¿Y la cámara de video, dónde han dejado mi cámara de video?», pregunta, casi suplica como un niño indefenso al que le ha desaparecido el último juguete...

Es Francisco, sin duda, un ejemplo más de esas víctimas de lo inservible, o para ser más precisos, de ese 28,6% de españoles que está en riesgo de pobreza y exclusión social, según datos de la última encuesta del INE. Francisco vive en uno de los pisos del número 19 de la calle Juan García García, hasta el que han llegado los servicios de la Secretaría General de Vivienda de la Junta de Extremadura, también agentes del Cuerpo Nacional de Policía. Han venido para limpiarle la casa. Cobra 280 euros al mes. Sí, 280. El alquiler de este piso le cuesta 60, que es lo que debe pagarle a la Junta, organismo que se lo adjudicó en régimen de alquiler, que por cierto no paga.

«Pero lo importante no es que pague o no pague, lo importante ahora es salvarlo». Quien habla así es Nuria Sánchez, jefa del servicio autonómico, que en mitad de la tragedia se convierte en ángel de la guarda. Nuria trabaja en esto de las tumbas de basura y de los desahucios, y mira que se enfrenta a situaciones dramáticas cada día, a que la llamen puta, zorra, chivata... por ejemplo, pero no importa. «Este es un caso especial, de esos por los que merecen la pena los servicios sociales. Francisco es un buen hombre, ha respondido bien, quiere que lo ayudemos, pero si después de limpiar no vienen del ayuntamiento a hacer un seguimiento, mal vamos...» La pescadilla que se muerde la cola, el devaneo burocrático que termina hundiendo aún más a los golpeados.

Justo el día en que se limpia la casa de Francisco, los de la Junta realizan dos desahucios no económicos en viviendas vacías del bloque 7 de la calle Germán Sellers de Paz. Los dueños tenían doble domicilio; una de las casas la usaban como lugar de vacaciones, la otra para celebrar botellones. Dramas acumulados en los bloques sociales que nadie parece poder atajar. El martes un padre fue detenido en uno de estos edificios porque desatendía a sus dos hijos menores de 11 y 3 años a los que tenía encerrados en casa sin llevarlos al colegio.

El reloj marca las 12 del mediodía. Del portal donde vive Francisco sale una mujer con su nieta de la mano. La niña no llega a los 10 años; sostiene un móvil de última generación. Es la hora de ir al colegio, pero...

En las ventanas, tras las cortinas, el vecindario mira lo que pasa abajo. Aquí vivirán alrededor de 22 familias. Dicen que el bloque es tranquilo, aunque en él se vende droga. «Vienen de Cáceres a comprarla. El otro día salió uno de un cochazo blanco, un cochazo de esos de los buenos. Venía él mu arreglaito, con su jersey de pico y su pantalón de pinzas. Vi como llamaba a la puerta del 5º a llevarse la mercancía. Yo me escondí en las escaleras porque me mosqueé y vi el trapicheo. Y no es la primera vez que viene, ni es el único. Es gente de muy buena posición social, si se dieran los nombres más de uno se llevaría las manos a la cabeza...» Y claro que se hacen redadas, que hay seguimiento policial, pero ya se sabe, la coca es obstinada...

Y ni tan bueno es el bueno ni tan malo es el malo. Autoridades, funcionarios, hablan sin dar sus nombres. Y cuentan de la existencia de auténticas mafias, de gente aparentemente honesta que se dedica a dar aviso de los pisos que están vacíos para que puedan ser ocupados ilegalmente. Así, con algo tan bajo, mercadean, hacen negocio con la miseria humana. «Saben qué casas están libres y dan el aviso, son unos bichos de cuidao. Es muy difícil demostrarlo o identificarlos, pero hay informes delatadores, fulminantes». Por eso la Junta sigue el rastro, realiza durante estos días una ingente campaña de identificación de propietarios para cerciorarse de que los inquilinos que ocupan las viviendas son realmente sus adjudicatarios. «Te las vas a ver conmigo, te voy a matar», escuchan los funcionarios, pero no quedan más bemoles que luchar contra el delito. Hoy en Cáceres, la semana que viene en Badajoz...

Entretanto, Francisco sigue buscando en el contenedor su cámara de video, presa de un trastorno de acaparamiento que no le deja hueco para el sosiego, mientras Nuria trata de calmarlo: «Tranquilo Francisco, tranquilo, tu cámara aparecerá...»