Lapidación, descuartizamiento, crucifixión, horca, decapitación, hoguera, fusilamiento o garrote vil han sido modos de materializar la pena de muerte a través de los tiempos. Maneras de morir, en las que se tenía en cuenta el nivel social del ajusticiado y la importancia de la ciudadanía durante los actos de ejecución en las plazas públicas o lugares específicos para llevar a cabo la condena. A los vecinos se les invitaba por medio de bandos donde se solicitaba «máxima asistencia», para que tomasen nota de que ciertos delitos conducían directamente al patíbulo. Todo ello formaba parte de una especie de pedagogía del miedo para contener los delitos maléficos.

En 1832, por Real Cédula del rey Fernando VII, con motivo del cumpleaños de su esposa María Cristina de las Dos Sicilias, se decreta que, desde ese momento en adelante, solo se utilice el garrote vil para ajusticiar a los reos condenados en las tierras de la corona, por motivos de “humanidad y decencia en la ejecución”. Hasta ese momento las ejecuciones se realizaban esencialmente por medio de la horca, un espectáculo amargo y brutal que terminaba con los reos colgados de la soga hasta un suspiro final, que a veces era extenso. Según la nueva normativa, a los miembros del estado llano se les debía ajusticiar con garrote ordinario, en garrote vil a los autores de delitos de infamia y a garrote noble a los hijosdalgos y miembros de la nobleza. La diferencia consistía en que el garrote noble consentía que el condenado fuese trasladado en caballería hasta el patíbulo, con la cabeza descubierta, mientras que en el vil debía hacerse en burro y con la cabeza cubierta, el fin era el mismo.

En Cáceres tradicionalmente las ejecuciones se realizaban en la plaza Mayor, un espectáculo a la vista del vecindario, que era testigo del paseo del reo por las calles y del momento de la horca y posterior descuartizamiento, para exponer los restos a las entradas del casco urbano. Desde la Edad Media, el concejo cacereño contempló, dentro del organigrama municipal, la figura del verdugo, un oficio considerado de carácter deshonroso, lo que obligaba a este profesional el uso de capuchón para proteger su identidad. El oficio de verdugo era por obra y servicio, sólo se le contrataba cuando había ejecución, al igual que otros profesionales del concejo como los músicos, el picador o el relojero.

El 19 de junio de 1820 era ajusticiado por garrote vil en Cáceres, Antonio Merino, alias Zájaro, uno de los bandoleros más famosos de Extremadura. Durante años formó, junto a Melchor González, alias Platero, la partida más peligrosa de cuantas abundaron por serranías y caminos, la de Melchor y Merino. En hora de máxima audiencia sería paseado por las calles y una vez ajusticiado su cuerpo sería descuartizado (en cuatro partes) para ser expuesto a las entradas de la villa. Aunque la ejecución que más morbo generó en esos años, sería la del cura adultero José Rodríguez, el 18 de octubre de 1839, condenado a muerte por asesinar a un zapatero que era marido de su amante, por lo que sería agarrotado junto a la Era de los Mártires, lugar donde se situaba el tablado para la ejecución y dónde se congregó el gentío, ávido de ser testigo de la agonía del cura que se había sometido a los deseos carnales. Otras veces se situaba el patíbulo junto a Peña Redonda, al que se acedia por la calle de la Piedad y desde 1896 las ejecuciones se realizaban en la propia cárcel de la Audiencia, al quedar prohibidas en lugares públicos del territorio nacional.