Llegaban los calores y se abandonaba el paseo por la calle Pintores y la plaza para subir a Cánovas. Los chiquillos madrugábamos de manera que a las seis ya estábamos en el parque. Qué casualidad, porque esa era la hora prevista para el riego. Un empleado municipal enchufaba una manguera de la que salía un enorme caudal de agua. Nosotros le retábamos: "La manga riega que aquí no llega, si llegaría me mojaría". El hombre esbozaba una sonrisa maliciosa y de vez en cuando apuntaba hacia nuestros cuerpos, colocaba el dedo en la punta de la goma, y nos daba un roción . Carreras, gritos, cachondeo, contabilidad de las mojaduras y vuelta a empezar con la precaución de colocarse más lejos para evitar el agua. Pero él afinaba más aún el chorro y nos volvía a mojar.

Hoy los adolescentes salen a media noche, en lugar de agua buscan otros líquidos, pasan por Cánovas camino del botellón y los jardines se riegan por aspersores. Menos mal porque con lo delicados que son los nenes actuales seguramente de mojarles con un manguerazo les entraría una pulmonía y sus papaítos acudirían con presteza a denunciar al regaor por acoso,malos tratos, abuso de autoridad y daños físicos. Con lo fresquito que se quedaba uno.