El deseo de homenajear a Carlos Guardiola me ha traído una imagen que puede representar los grandes valores de la persona que nos ha dejado. Carlos fotografiaba a todos los autores que pasaban por el Aula José María Valverde. Ahí, casi al lado de su casa, en el vecino Colegio Mayor Francisco de Sande, de cuyo consejo rector formaba parte desde una semana antes de morir.

Hablando ante el público, posando sin más, conversando con algunos lectores, Ignacio Martínez de Pisón, Luis Mateo Díez, Victoria Atencia, Juan Carlos Mestre, Alvaro Pombo son algunos de los escritores que han vivido un tiempo en la cámara de Carlos. Pero lo singular de esto es que Carlos, además, fotografiaba en un primerísimo primer plano las manos de esos escritores y había creado una serie de fotografías que ahora cobran un valor especial. Las manos de Carlos, sí; porque ya no son las manos de tal o cual escritor, sino las manos de quien las ha inmortalizado.

Pero también las manos generosas de Carlos, que yacen inertes sobre su pecho a la espera fría de las honras de la nada. Las manos que representan todos los lados de su persona, grande, hospitalaria, humana. Las manos de Carlos sosteniendo su cámara y fijando rincones y rostros. Las manos de Carlos que escribieron textos de ciudadano militante en EL PERIODICO, textos de un memorioso sentimental en Qazris. En ellos hemos leído desde las quejas por una chapuza municipal hasta la nostalgia de un padre perdido en la adolescencia, desde la evocación de ayudar a un novelista como Jesús Alviz a vestir sus libros hasta el elogio merecido de la brillantez de una jovencísima Mónica Sánchez. Las manos, las claras, las claras manos de Carlos, sólidas y humanas, las manos limpias que buscan las tuyas. Las dos manos; porque Carlos daba las dos manos, en un gesto tan amable, tan cordial. Las manos del maestro querido y recordado por los alumnos. Las manos del Carlos amigo que te abría la puerta de casa, en ese corchete que es la calle Cornudilla, en la que deberíamos pegar una piedra y grabar algunos versos que amaba.

Hoy, Carlos, duele algo más que la mano al escribir.