Durante el siglo XX, la historia cacereña del lenocinio ha seguido escribiendo páginas ocultas de las que nadie habla, pero que todo el mundo conoce. Hasta los años 50, la ciudad tuvo incluso un enjundioso barrio chino. Estaba situado en la calle San Felipe, a espaldas del actual aparcamiento de Obispo Galarza, donde existían diversas casas de citas. El mapa local prostibulario se extendió en ocasiones hasta calles cercanas como Castillo o Nueva.

Después llegó el meretricio de puticlub . Abrieron La Cueva, Yuca, Faunos... Se les unieron bares como El Pingüino con sus míticas subastas con naipes. En los 80, llegó a haber una prostitución organizada: comenzaba en La Madrila y culminaba en una red de pisos, alguno de los cuales estaba en Antonio Hurtado.

Irrumpió el sida y se retrajo la actividad lupanaria tradicional, pero proliferaron los caciques y demás clubs de carretera. Un buen día del siglo XXI apareció un bar salsero y caribeño en la calle Margallo. Se llamaba Marisa, abría a la hora del desayuno y con salsa, merengue y cumbia hacía las delicias de una clientela abundante de vejetes, cuarentones y mozalbetes en estado de necesidad.

Pero este Cáceres ya no es el de los Reyes Católicos y el sandunguero lupanar fue cerrado el pasado año, mientras las izas morenas que lo regentaban han tenido que emigrar o retornar a la rotonda de Renfe, donde practican el más duro de los meretricios: el de carretera.