Periodista

Nada congrega en Cáceres tanta simpatía y devoción como la Virgen de la Montaña. Si no, sólo basta contemplar las innumerables colas que se dan en los alrededores de la concatedral cuando la patrona cacereña baja desde su santuario con motivo de su anual novena. Creyentes y no creyentes, cacereños de toda la vida y cacereños de corazón, monárquicos y republicanos, populares, socialistas y comunistas, solteros y casados, mayores, jóvenes y niños, trabajadores y parados, policías y ladrones, ricos y pobres, altos y bajos, gordos y flacos, rubios y morenos, estafadores y estafados, buenos y malos, guapos y feos, listos y torpes, limpios y sucios, elegantes y desarrapados, calvos y melenudos, locos y cuerdos, pacíficos y violentos, barbudos e imberbes, los del centro y los de la periferia, pacientes e impacientes, conformistas y protestones, anónimos y figurones, noctámbulos y madrugadores, marchosos y aburridos, madridistas y culés, del EXTREMADURA de Cáceres y del Hoy de Badajoz, futboleros y baloncestistas, abstemios y bebedores, gobierno y oposición... visitan a la Virgen de los cacereños por estas fechas.

Es la hora de pararse a conversar con quienes en un año no se ha conversado, compartir unas cañas en el Puchero con los amigos de la mili o pasear por Pintores junto a familiares a los que sólo se ve en las bodas y los velatorios. La presencia de la patrona en la ciudad es todo un acontecimiento que excede a lo estrictamente religioso y tiene mucho que ver con ese cacereñismo que hoy está tan en la boca de todos; al fin y al cabo, ¿quién tiene estos días el bastón de mando de la ciudad?