Hablar con frialdad sobre algo que te pone la piel de gallina es complicado y además una estupidez, ganas de fastidiarse uno mismo. Los periodistas musicales (algo que ya soy menos aunque eso es una especie de marca difícil de borrar) tendemos a tener la piel tirando al cuero. Quiero decir que no se nos eriza el vello con facilidad. La explicación es sencilla. Yo, por ejemplo, durante 14 años de mi vida, distinguía los meses según el festival que tocaba. Si es agosto estoy en Benicassim y si es digamos mayo, en el Womad de Cáceres. Por eso, que un festival consiga que a alguien curtido en diez mil conciertos se emocione, debe tener algo que va más allá de lo meramente musical. A mí me ocurrió en un Womad de Cáceres, viendo a Remi Ongala, con la ciudad monumental de fondo. Ahí entendí a Peter Gabriel cuando explicaba que el Womad no puede hacerse en cualquier sitio, que no depende del mejor postor y que Cáceres tiene los ingredientes que realzan el sabor del menú que ofrece el festival.

Y es que el Womad no es un festival como los demás. Eso no debería hacer falta explicarlo, pero yo, por si acaso, lo comento. El Womad tiene un sentido y un espíritu muy concreto que sus creadores cuidan celosamente y que gracias a ese cuidado ha conseguido sobrevivir sin desvirtuarse y cumpliendo su propósito de darnos a conocer otras culturas de difícil acceso, entre otras cosas.

Hablar de multiculturalidad, de mestizaje da casi grima ahora que esas palabras se han convertido en términos prácticamente vacuos, por prostituidos y manidos. Pero el Womad propugna realmente, con la práctica, sin tonterías ni teorías, esa mezcla y su impronta casi didáctica tiene resultados prácticos. Durante varios años he cubierto como enviada especial para el periódico en el que llevo trabajando 18 años, ´El Mundo´, este festival y también su homónimo en Las Palmas. Y he comprobado cómo el primer o el segundo año, la gente se acercaba casi con miedo a algunas actuaciones, sin tener ni idea de lo que iban a encontrar. Pero el efecto Womad no tardó en cuajar y en las últimas ediciones en las que estuve me llamó la atención la inmensa cultura sobre ´world music´ que tenían la mayoría de los cacereños. Especialmente los treintañeros, que han crecido con el Womad. Chicos que años atrás habían descubierto una noche de festival pongamos que a Transglobal Underground y terminaban por ser unos expertos en música electrónica de fusión o que sabían perfectamente qué era la kora, algo que en el resto de España (excepto Las Palmas) conoce solo una minoría especializada.

Solo por eso tendríamos razones suficientes para estar contentos de que el Womad continúe celebrándose en Cáceres. Por eso y por egoísmo, para tener una disculpa más (los de fuera) para viajar todos los años a esta ciudad tan maravillosamente conservada, que es lo más parecido a viajar en el tiempo.

* Silvia Grijalba es escritora y periodista. Actualmente es colaboradora de ´El Mundo´, diario en el que ha trabajado también como redactora de música.