Abandonando el corazón de la judería y, volviendo sobre nuestros pasos, bordeamos la Casa de los Caballos y enfilamos el Rincón de la Monja. Curioso es, sin duda, que en tan pequeño recinto exista también una Calle Monja, que nace de la Casa del Sol y muere en la Cuesta de Aldana. Estamos todavía en el barrio judío y procuraremos no mirar al suelo para no ver los últimos desmanes perpetrados por la ignorancia. La vieja cantería se substituyó por otra nueva, cosa que en cabeza de nadie cabe, y no quiero ni pensar dónde puede haber ido a parar. Si a eso unimos los escalones y el impacto visual, tendremos un nuevo episodio de la barbarie de los gobernantes, que, siglo a siglo, se empeñan en destrozar nuestro patrimonio.

Me echo un pitillo y me calmo, porque a este paso me veo gritando eso tan español de ¡Viva el Rey y muera el mal gobierno!, y no está el horno para bollos. Continuamos nuestro paseo. A nuestra derecha aparece uno de los pocos fondos de saco que se conservan en la Villa Alta. A pesar de lo que puede parecer, el trazado de la ciudad antigua está bastante transformado y han desaparecido un número importante de callejuelas y callejones, hoy integrados dentro de construcciones o desaparecidos para ampliar espacios públicos. Este en el que nos encontramos presenta forma aproximada de ele, y, al fondo se contempla una casa hidalga, con su portada de medio punto y un blasón --algo desgastado-- de Ovando y Aldana (según algunos autores). Yo me inclino más porque sean las de Flores las armas del segundo cuartel.

Al final del Rincón de la Monja, haciendo esquina con la Cuesta del Marqués (de Santa Marta, los propietarios de los Golfines de Abajo) se encuentran las Casas de los Durán de la Rocha. Levantadas a finales del siglo XV, coincidiendo con el abandono de la zona por los judíos, o comienzos del XVI, que se reformó en la centuria del setecientos. Se trata de una construcción recoleta, pero profusamente blasonada. La fachada se establece en torno al eje de la puerta principal, situada hacia la izquierda del espectador, en torno a la cual se disponen cuatro escudos.

Los dos que se sitúan al mismo nivel de la ventana son los más antiguos de la casa. El de la izquierda muestra las armas de Rocha y Durán, el de la derecha las de Torres y Nidos. Se puede observar la talla algo arcaizante de ambos. En cualquier caso son más antiguos porque este último representa el mayorazgo de Juan de Torres y Mencía de los Nidos, no la heroína de Chile, sino una tía suya. Dos escudos más se disponen en el eje vertical del vano, sobre el mismo un cuartelado de Toro, Golfín, Mogollón y Herrera, enmarcado en un pequeño alfiz, y bajo el mismo un blasón de Toro, sujeto por tenantes. Otro blasón de Durán --mucho más moderno que los anteriores-- se coloca sobre un balcón a la derecha del espectador y ya está casi tapado por la vegetación.

Política matrimonial

Las armerías son una verdadera exposición de la política matrimonial de los Durán de la Rocha, Nidos y Toros para afianzar posesiones y mayorazgos. La endogamia de las viejas familias cacereñas es proverbial y secular, perpetuada durante siglos para mantener e incrementar patrimonios. Cuando falleció la última Durán de la Rocha en 1834, los descendientes de líneas femeninas establecieron largos pleitos por la sucesión de sus bienes. Los Durán de la Rocha poseían tierras en la Ribera del Marco, (donde dieron nombre a Fuente Rocha), en las Viñas de la Mata (llamadas antiguamente Mata de los Rocha), en Zamarrillas y en tantos otros lugares.

Pero no solamente de pan vive el hombre, y así, un miembro de esta familia Diego de la Rocha, cuando inventarió sus bienes en 1576 ante Alonso de Figueroa, incluyó en su mayorazgo una guitarra de cinco órdenes y un gran número de libros, cuyos títulos enumera. Interesantísimo testimonio que nos indica la cultura de su propietario y el gran valor material que estos objetos tenían por entonces al vincularlos.

En el interior de la casa se alberga un pequeño patio con graciosos esgrafiados de leones (haciendo alusión a las armas de Durán) y un par de bustos, masculino y femenino. Aprovechando la tesitura, la taberna inglesa de aires artúricos y la buena compañía que llevo, me tomaremos una cervecita y divagaremos --con el sosiego que el lugar presta-- de Diego de la Rocha, de qué será de su guitarra y su biblioteca, del espíritu sensible que debió tener, hablaremos de viejas familias, de sus descendientes, de los avatares de los siglos y planearemos estudios y publicaciones. Los egipcios creían que repitiendo en voz alta el nombre de los muertos los mantenían en la vida. Nosotros seguiremos repitiendo sus nombres, para que el pasado no muera y esperando que un día nuestros hijos repitan los nuestros para que algo de nosotros quede flotando entre las piedras de Cáceres eterno.