"La mina me hizo cabeza de familia con 18 años", recuerda Nino Vega que pasa, casi 60 años después, las tardes en el hogar de la avenida de Cervantes. Aún recuerda cómo logró sacar adelante a su madre y sus tres hermanos. "Entré a trabajar cuando murió mi padre. Yo era zafrero, el que cargaba el mineral en las tolvas", dice con orgullo. A 185 metros de profundidad, la máxima en la mina de la Abundancia, los fosfatos que luego se transformaban en abonos para el campo recorrían en ascensores el camino a la superficie. Nunca olvidará nunca el día en que a Santiago, un compañero de su misma quinta, le sacaron muerto de la mina tras caerle una piedra encima. También vio cómo otros fueron víctima de la silicosis.

Pero la vida en Aldea Moret también tenía días de colores. El más señalado, cada 4 de diciembre, fiesta de Santa Bárbara. "Todo Cáceres estaba con nosotros", recuerda, igual que cuando intentaron bajar, sin éxito, a la virgen al interior del pozo. Su mejor recuerdo, el espíritu colectivo: "Eramos una familia".